Hace ya mucho tiempo, en una lejana tierra, se encontraba
un reino próspero. Era un lugar lleno de magia y misterio, en el cuál se decía
que había riquezas para vivir esta y cien vidas más.
Un
día el reino fue encontrado y atacado. La familia real fue la primera en salir
al paso a los invasores, perdiendo la vida. Sólo sobrevivió el joven príncipe
de la dinastía, que al verse superado y presa del pánico corrió a palacio a
refugiarse. Allí, cogió algunas monedas, una lámpara mágica y huyó por uno de
los pasadizos secretos. Pasó días, meses, huyendo, recordando las muertes de
sus familiares, recordando cómo no fue capaz de proteger a su pueblo ni a la
gente que quería.
EL
príncipe deambulo, presa del dolor, el horror y el arrepentimiento que sólo la
guerra deja. Pasó por otros pueblos sin encontrar la paz, conoció a otras
personas que no lograron calmar su dolor, vio maravillas que no consiguieron
llenar el vacío de su pérdida. Así que el príncipe pensó que lo mejor sería
volver a exiliarse. Esta vez lejos de cualquier ser humano que pudiera hacer
daño. No quería volver a luchar por aquello que quería y perder en el intento.
Era algo que no podía perdonarse.
Así
pues, el príncipe deambuló durante semanas por el desierto. No tardó en
gastarse el alimento y el agua. El calor, las condiciones externas y la
tormenta destructiva de su interior acabaron por debilitar al muchacho, quien
sin apenas fuerzas consiguió llegar a una cueva en unas montañas cercanas
dentro del desierto. Allí, al observar todo lo que le quedaba, se dio cuenta
que tenía la lámpara mágica.
Tras
llorar de emoción sin ser capaz de soltar lágrimas debido a su maltrecho
estado, el joven frotó con las pocas fuerzas que le quedaban, hasta ver como de
él salía un anciano. El anciano lo miró, pero no mostró expresión alguna. Al
cabo de un rato habló:
- Soy
sirviente de la casa real durante generaciones. Sólo los miembros de la familia
real son capaces de invocarme. Dime joven. ¿con quién tengo el placer de
hablar?
- Era
el… soy. Soy el hijo más joven de mi padre. El último de la dinastía. He
escuchado… historias sobre ti. Historias que hablan de tu magia. De que eres
capaz de hacer cumplir la voluntad de aquel a quién te invoca.
- Así
es, joven amo. Último descendiente de la dinastía de su padre. Concedo los
deseos que la voluntad de mis amos les permite tener.
- Deseo…
deseo recuperar mi reino. Mata y destruye a todo aquel que me arrebató a mi
pueblo, a mi familia y seres queridos. Recupera sus almas y tráelas a la vida.
EL
anciano se movió en su sitio, mirando al chico de arriba abajo. Luego negó con
la cabeza y se cruzó de brazos.
- No
funciona así. Lo siento.
- ¡Soy
tu amo! Haz lo que te ordeno.
El joven príncipe,
desesperado, volvió a sollozar, repitiendo una y otra vez que su deseo era
recuperar todo aquello que había perdido. El anciano se acercó y se sentó al
lado del chico, comenzando a hablar despacio.
- No funciona así. Lo
siento. No tengo el poder de cambiar el pasado. Esa es una magia que ni el más
poderoso de los djinn es capaz de ejecutar. Tampoco soy capaz de alzar con vida
a aquellos que ya han muerto. No poseo esa clase de magia.
El joven siguió llorando
sin consuelo. Era su última oportunidad de recuperar aquello que había perdido
y había sido en vano. Acababa de perder su última esperanza. No obstante, el
anciano no se inmutó al aumento de los lloros y gritos desesperados de su
acompañante. El genio siguió hablando.
- No obstante, tengo otro
tipo de magia. Tus ascendentes me usaban para pedirme consejos. Decían que era
una persona llena de sabiduría. Usaban mi inmortalidad para saber lo que había
pasado en tiempos que el hombre ha olvidado. Pedían consejo y yo gustoso se lo
daba. Mi magia es limitada. Y la cantidad de hechizos que puedo lanzar también
es bastante reducida. Sólo puedo llevar a cabo cosas que influyan al propio
amo.
El príncipe al escuchar
aquellas palabras sosegó su llanto y levantó la vista para ver el rostro
impenetrable del anciano. Se levantó, no sin esfuerzo de su sitio, y sin
pensarlo demasiado comenzó a hablar.
- Entonces anciano, ayúdame
a olvidar. El dolor de la pérdida se ha cebado con toda mi alma, ennegreciéndola.
No puedo ya con el peso de mi propia incompetencia. Llevo años deambulando por
el mundo, buscando el consuelo y la paz, pero no la he encontrado. Cada noche,
los sueños y espíritus de aquellos que intenté salvar se me presentan para
recordarme mis errores. Debo olvidar. Necesito encontrar la cura.
El djinn, tras incorporarse
estuvo un tiempo sin hablar. Mirando fijamente a los ojos a su alteza.
Finalmente, tras un silencio que pareció una eternidad. Habló.
- No es una buena idea,
amo.
- ¿Qué dices? ¿No puedes
hacerlo?
- Si, si puedo. Pero debo
aconsejarte primero.
- No deseo tu consejo
anciano. Tu no estuviste allí. No escuchas sus voces gritando, pidiendo auxilio
cada noche. No sabes lo que es perder todo aquello que amabas. No eres capaz de
hacerte una idea.
- He vivido más tiempo que
la misma humanidad. Es cierto, no estuve allí, pero…
- No hay peros. Dijiste
que tus hechizos afectaban únicamente a quien formulaba las peticiones. Y eso
es lo que quiero. Quiero olvidar. Quiero encontrar la paz. ¡Dame lo que te
pido!
- No es una buena idea,
amo.
- ¡Haz lo que te ordeno!
El anciano, rebuscó entre
sus ropajes sacando un frasco pequeño. En su interior, un líquido parecido al
agua del mar brillaba con la fuerza de una estrella. Se la dio al príncipe, advirtiéndole.
-Esta es agua de una
lejana estrella fugaz. Tiene la capacidad de hacer olvidar hasta el último
recuerdo de cualquier humano que lo beba. Si buscas deshacerte de todo, si
deseas acabar con lo que tienes en tu interior bebe de golpe. Sin parpadear.
Acaba el brebaje en un solo trago. Solo entonces surtirá efecto. Pero te
advierto, no es una buena idea.
El joven, anhelando la
solución mágica, no prestó atención a las palabras del genio. Descorchó el
pequeño recipiente y engulló su contenido. Sin parpadear. De un solo trago. Tras
un breve momento de confusión. Cayó rendido. Durmiendo en el acto.
Su sueño fue largo y
profundo, sin las pesadillas que le habían estado atormentando todo este
tiempo. Al despertar vió al anciano, que hacía un petate, dispuesto a irse.
-
¿Te vas?
- Así es.
- ¿Por qué?
-
Ya no tengo nada que me retenga.
-
Espera. Por favor. Debo hacerte unas
preguntas.
El anciano no respondió. Pero
se giró al joven, dejando de hecho su pequeño equipaje.
- ¿Nos
conocemos?
- Sí.
-
Bien. Por favor… ayúdame. He olvidado quién soy.
El
genio sonrió suavemente, con un destello entre tristeza, compasión y
arrogancia.
- Como
dije, no era una buena idea.
- ¿De
qué hablas?
- Hiciste
un cambio. Olvidaste todo aquello que te atormentaba, pero no supiste ver que
justamente eso de lo que intentabas huir era todo lo que te construía como
persona. Ahora que has olvidado lo malo, también has borrado lo bueno. Pues en
este mundo todo está relacionado.
-
¿Qué cambio? ¿Qué hice? ¡Dímelo!
-
Sólo estaba obligado a servir a los descendientes de una familia real. Y esa
familia ya no existe. Murieron. Tu deseo fue acabar de matarlos a todos. Ahora
por fin soy libre.
-
Pero… yo… no recuerdo nada de lo que hablas. No… no le encuentro ningún
sentido. Anciano, por favor. Dime quien soy. Te lo suplico.
- Esa
es ahora tu carga. Como te dije, los humanos vivís en un mundo dual, sin ser
conscientes de ello. Todo tiene múltiples caras, la mayoría de las veces están
relacionadas. Tu pediste olvidar porque no podías con la carga del pasado.
Ahora pides recordar, pues no puedes con el peso del olvido. ¿Qué pasará cuando
recuerdes? ¿Podrás con las cargas de tus nuevos actos? Jamás encontrarás la
paz, pues el olvido nunca es una buena idea.
Y
dicho esto, el djinn cogió su petate y salió de la cueva en completa libertad.
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