sábado, febrero 28, 2015

Cobardía Social


            Muchas veces volvemos la vista atrás y miramos por todo lo que hemos pasado, todo lo que hemos vivido. Experiencias, dificultades, éxitos, fracasos y decepciones. Se podría decir que cada uno de nosotros somos todo aquello que hemos vivido, sufrido y amado en nuestras propias carnes. Pero... ¿es esto cierto? ¿Cuánto de lo que llamamos nuestra experiencia propia es de forma indudable nuestra?
            Aunque a muchos les pese, somos seres sociables. Quizá demasiado sociables, y tendemos a personalizar y encarnar lo que se podría denominar como experiencias ajenas. Puede que nosotros no hayamos sufrido un cáncer, o una enfermedad tan terrible como esa por nosotros mismos, pero seguramente conocemos a personas que sí. Nosotros, con suerte, no hemos vivido guerras, hambre, miserias o penurias, pero con toda seguridad alguien en nuestro entorno ha pasado por una situación parecida. ¿Por qué entonces tendemos a afrontar todas esas cosas como propias? Damos consejos como si hubiéramos afrontado, perdido o ganado todas esas batallas que hemos vivido como meros espectadores. Como entes sociales mezclamos nuestra propia realidad con el entorno. Nos confundimos, camuflamos, mimetizamos y sintetizamos todo aquello que  apreciamos o empatizamos de tal forma que nos llega a confundir nuestra percepción. ¿Pero hasta dónde llegamos en nuestra locura de experiencias colectivas?
            Llegamos muy lejos, demasiado lejos. Pues no sólo se nos mezcla en nuestras vidas las ajenas, si no las vidas que no existen. No, no me he vuelto loco querido lector. La ficción, la fantasía y nuestras propias ensoñaciones tienen mucho que ver con este proceso. ¿O es que acaso te volverías loco ante situaciones irreales como un apocalipsis zombi, o el ataque de una raza alienígena? Piensa en tu forma de actuar en una situación de riesgo como esa y piensa de qué forma actuarías si no dispusieras de toda la información que la narración actual te ha brindado. Y ya no sólo en casos improbables como esos. Piensa en situaciones cotidianas, de series o películas más cercanas a la realidad. ¿Perderías el norte de la misma forma que lo perdería alguien que no tuviera ese bagaje cultural? Y querido lector, estoy seguro que no has experimentado ninguna de las vivencias que pasan en tus series, videojuegos o libros favoritos. O al menos en una buena parte de ellos. Pero... ahí está, la experiencia. Una idea de cómo adaptarías tus acciones a una situación completamente fuera de lugar.
            ¿Te atreves ahora a decirme que somos nuestras propias experiencias? No, de hecho, casi nadie se atreve a mirar sólo en su propio interior, en sus propias experiencias. Suelen ser tan pocas y tan desagradables que las obviamos, fomentando aún más nuestra necesidad de saber y conocer las experiencias, reales o no, de otros. Y es así como en este país, por ejemplo, los programas de televisión que más se ven son sobre cotilleos. Sobre la vida de los otros. Es así como en época de crisis, el cine o la literatura han aumentado sus ventas. Nos escudamos ante otras realidades muy diferentes a la nuestra para no encarar las cosas con nuestra ínfima experiencia, pues a veces, no es suficiente.
            ¿Cuándo nos hemos vuelto tan cobardes? ¿Desde qué época de nuestro pasado reciente hemos decidido escudarnos en la que nos rodea para solucionar los problemas? Somos unos cobardes sociales. Si algo nos ha enseñado la botánica es que los problemas han de solucionarse de raíz. Y me atrevo a decir que más de un 85% de nuestros problemas tienen una raíz en nosotros mismo. Pero aún así seguimos buscando esa narración que nos evada, que nos haga sentirnos identificados. ¿Por qué? ¿Acaso es más fácil mirar en la lejanía que las cosas que tenemos cerca?
             Yo hace tiempo decidí dejar de ser un cobarde. Me supero cada día un poco. Es cierto, soy un buen contrincante y a veces, en ocasiones, no puedo conmigo mismo. Pero... aquí sigo, de píe ante el campo de niebla que es la vida. Puedes elegir el camino, pero jamás sabrás lo que ese camino que has elegido te deparará. Quizá te vengan bien un par de consejos para dejar de tenerle miedo a la vida. Primero, es tu camino, tu reinventas tu forma de andar y caminar. Da igual que sepas o no sepas escalar montañas, o atravesar selvas. Puede que no tengas tu propia experiencia en eso pero... la tendrás, y aprenderás de ella, de una forma u otra.  No tengas miedo en deshacer lo andado, pues puede que esa marcha atrás y la elección de tu nuevo camino te lleve por mejores senderos que el que habías emprendido. No temas por las sombras, a fin de cuentas ves poco más o menos en la lejanía del futuro. Temer a fantasmas que aún no te han tocado es perder el tiempo. Y quizá lo más importante de todo... nunca dejes de caminar. Da igual en qué dirección pero... no dejes atraparte por las arenas movedizas del tedio o la rutina. Pues será entonces cuando estés realmente jodido.