miércoles, octubre 02, 2019

La eterna amante



            Pocas he conocido como tú. Tan frías y ardientes al mismo tiempo. Insaciables, como el paso imparable del tiempo. Pero debo decirte que… de momento, no me interesas.
            Es difícil encontrar alguien que se atreva a amar plenamente, en una era llena de distracciones que alivien las cargas de las almas. Parece que nos hemos vuelto unos cobardes, ante aquello que pudiera dañarnos. Nos protegemos, creando una red de excusas para evitar el dolor, construyendo realidades que cual hologramas le damos el dogma de reales y decidimos creerlas a pies juntillas, como si profesáramos esa única fe, cuando la realidad puede entrar en cualquier momento como un rayo de luz en mitad de una sala oscura destruyendo el espejismo en un instante. Nos hemos olvidado que la diferencia entre la vida y la muerte es aquello que sentimos, para bien o para mal, y el mero hecho de sentirlos debería ser alivio suficiente para el alma. Yo, como sabes, prefiero arder hasta consumirme, ya sea por amor o por pasión hacia lo que hago, que prenderme para quedarme a medio camino. Y es que, si hay algo que me motive a dar un paso adelante, merece que de todo de mí.
            Sé lo que me dirás, que atraes a muchas personas a tus brazos. Que cada día, caen algunos incautos pero querida, tu belleza es tanta que hasta aterra. Eres tan hermosa que arrebatas el alma de aquellos insensatos que se atreven a enamorarse de ti. No puedo negar que me atraes. Sería mentir y a estas alturas de la vida no voy a empezar a hacerlo. A los hechos me remito y es que no puedo decir que no haya pecado contigo en más de una ocasión.
            La primera vez era apenas un crío. Demasiado inocente para saber que aquello era más que un juego, demasiado inexperto para saber que hacer contigo. Fue lento, suave, intenso. Ni me daba cuenta que estaba siendo forzado a hacer algo que realmente ni quería ni sabía hacer. Por suerte para mí, la determinación de volver con los míos y tu falta de constancia en ese momento nos separó una temporada. Me había olvidado de ti cuando, en un momento difícil de mi vida comencé a buscarte sin saber que eras tú. Te había idealizado y me había olvidado de que ya te había conocido antes, que ya habíamos yacido juntos. Cuando nos encontramos, te reconocí al instante, supe que eras tú pero en ese momento te deseaba y te acepté. Me acuerdo de aquel parque, donde en poco menos de una hora, me dejaste rendido, con las piernas temblando sin apenas moverme, exhausto hasta de vivir. En aquel preciso momento entendí algo: se había encendido un sentimiento dentro de ti. Algo que jamás debería existir, una probabilidad nula. Y es que yo para ti había dejado de ser uno más. No me mires así, acéptalo. Si no, no estarías aquí hablando conmigo. Tú, que tienes a todo aquel que se te antoja, que más tarde o más pronto acabarás consiguiendo aquello que te propones, te habías encaprichado de mí. Irónico, sin duda. Sabiendo el humor que tengo me resulta hasta gracioso. Pero yo solo busca ese momento contigo. Nada más. Y ya lo había obtenido.
            Sé que en ese aspecto ambos somos iguales. Cuando queremos algo o a alguien luchamos por ello hasta el final, con todas sus consecuencias. Mejor arder entre las llamas a que jamás hayamos prendido. Y me buscaste a pesar de mi rechazo constante hacia ti. Tengo que admitir que no siempre soy igual de fuerte. A veces me cuesta rechazarte, porque a fin y al cabo, me sigues pareciendo muy atractiva.
 Me acuerdo aquella vez cuando salí de la universidad. Me había parecido verte, pero no le di importancia. Seguro que no es ella, me dije. No creo que haya venido hasta aquí por mí, siempre está muy ocupada. Pero te me cruzase de frente, con esa sonrisa tan bonita, y me robaste aquel beso. Corto pero intenso, capaz de pararme el corazón. Luego, con la brevedad de lo efímero desapareciste sin decir nada, con una sonrisa de picardía por haber conseguido lo que querías. No tardé mucho de salir de mi asombro y de recuperarme de mi sorpresa. En ese momento no te esperaba y tampoco deseaba que estuvieras cerca. Había un sinfín de posibilidades mejores que tú a mi alcance.
Pero como es inexorable, siempre acabas anteponiendo tu voluntad por encima de todo. Y ese beso efímero llevó meses después a un encuentro más pasional. Más ardiente. Yo no quería, pero no fui capaz de anteponerme a tus planos. Y allí nos encontramos, en ese cuarto gélido en aquella camilla estrecha. Fueron más de doce horas, creo que nunca había aguantado tanto con nadie. Hiciste lo que quisiste conmigo, y yo sumiso, me dejé. Ante la mirada atónita de toda aquella gente, y causando la expectación que sueles llevar allá a dónde vas. Doce horas en las que te las arreglaste para robarme el corazón sin tener en cuenta que el sentimiento no reside en una parte del cuerpo, si no del alma. Y querida amiga, mi alma es sólo mía, y no esta en venta.
Creo que tras nuestros múltiples encuentros, hemos conseguido una dinámica sana para mantenernos a ambos satisfechos. Yo sé qué tras un determinado tiempo, vendrás a buscarme para saciarte y yo debo hacerlo, a veces por placer, otras por el mero hecho de que te quedes contenta y me dejes tranquilo. Porque querida Muerte, me niego a tener algo serio contigo.
Aún tengo mucho que vivir, que soñar, que crear en este mundo. Tengo que seguir conociendo gente, sorprendiéndome de la raza humana. Tengo que enamorarme, tengo que odiar, tengo amar y quiero seguir deseando. Me niego a seguir los dictámenes de tu tiranía. Me niego a morir. Así que, mientras esto siga siendo así, mientras yo siga siendo eterno, me temo que tú y yo solo seremos amantes para siempre.