Pocas he conocido como tú. Tan frías y ardientes al mismo
tiempo. Insaciables, como el paso imparable del tiempo. Pero debo decirte que…
de momento, no me interesas.
Es difícil encontrar alguien que se atreva a amar
plenamente, en una era llena de distracciones que alivien las cargas de las
almas. Parece que nos hemos vuelto unos cobardes, ante aquello que pudiera
dañarnos. Nos protegemos, creando una red de excusas para evitar el dolor,
construyendo realidades que cual hologramas le damos el dogma de reales y
decidimos creerlas a pies juntillas, como si profesáramos esa única fe, cuando
la realidad puede entrar en cualquier momento como un rayo de luz en mitad de
una sala oscura destruyendo el espejismo en un instante. Nos hemos olvidado que
la diferencia entre la vida y la muerte es aquello que sentimos, para bien o
para mal, y el mero hecho de sentirlos debería ser alivio suficiente para el
alma. Yo, como sabes, prefiero arder hasta consumirme, ya sea por amor o por
pasión hacia lo que hago, que prenderme para quedarme a medio camino. Y es que,
si hay algo que me motive a dar un paso adelante, merece que de todo de mí.
Sé lo que me dirás, que atraes a muchas personas a tus
brazos. Que cada día, caen algunos incautos pero querida, tu belleza es tanta
que hasta aterra. Eres tan hermosa que arrebatas el alma de aquellos insensatos
que se atreven a enamorarse de ti. No puedo negar que me atraes. Sería mentir y
a estas alturas de la vida no voy a empezar a hacerlo. A los hechos me remito y
es que no puedo decir que no haya pecado contigo en más de una ocasión.
La primera vez era apenas un crío. Demasiado inocente
para saber que aquello era más que un juego, demasiado inexperto para saber que
hacer contigo. Fue lento, suave, intenso. Ni me daba cuenta que estaba siendo
forzado a hacer algo que realmente ni quería ni sabía hacer. Por suerte para
mí, la determinación de volver con los míos y tu falta de constancia en ese
momento nos separó una temporada. Me había olvidado de ti cuando, en un momento
difícil de mi vida comencé a buscarte sin saber que eras tú. Te había idealizado
y me había olvidado de que ya te había conocido antes, que ya habíamos yacido
juntos. Cuando nos encontramos, te reconocí al instante, supe que eras tú pero en ese momento te deseaba y te acepté. Me acuerdo de aquel parque, donde en
poco menos de una hora, me dejaste rendido, con las piernas temblando sin apenas
moverme, exhausto hasta de vivir. En aquel preciso momento entendí algo: se
había encendido un sentimiento dentro de ti. Algo que jamás debería existir,
una probabilidad nula. Y es que yo para ti había dejado de ser uno más. No me
mires así, acéptalo. Si no, no estarías aquí hablando conmigo. Tú, que tienes a
todo aquel que se te antoja, que más tarde o más pronto acabarás consiguiendo
aquello que te propones, te habías encaprichado de mí. Irónico, sin duda. Sabiendo
el humor que tengo me resulta hasta gracioso. Pero yo solo busca ese momento
contigo. Nada más. Y ya lo había obtenido.
Sé que en ese aspecto ambos somos iguales. Cuando
queremos algo o a alguien luchamos por ello hasta el final, con todas sus
consecuencias. Mejor arder entre las llamas a que jamás hayamos prendido. Y me
buscaste a pesar de mi rechazo constante hacia ti. Tengo que admitir que no
siempre soy igual de fuerte. A veces me cuesta rechazarte, porque a fin y al
cabo, me sigues pareciendo muy atractiva.
Me acuerdo aquella vez cuando salí de la
universidad. Me había parecido verte, pero no le di importancia. Seguro que no
es ella, me dije. No creo que haya venido hasta aquí por mí, siempre está muy
ocupada. Pero te me cruzase de frente, con esa sonrisa tan bonita, y me robaste
aquel beso. Corto pero intenso, capaz de pararme el corazón. Luego, con la
brevedad de lo efímero desapareciste sin decir nada, con una sonrisa de
picardía por haber conseguido lo que querías. No tardé mucho de salir de mi
asombro y de recuperarme de mi sorpresa. En ese momento no te esperaba y
tampoco deseaba que estuvieras cerca. Había un sinfín de posibilidades mejores
que tú a mi alcance.
Pero
como es inexorable, siempre acabas anteponiendo tu voluntad por encima de todo.
Y ese beso efímero llevó meses después a un encuentro más pasional. Más
ardiente. Yo no quería, pero no fui capaz de anteponerme a tus planos. Y allí
nos encontramos, en ese cuarto gélido en aquella camilla estrecha. Fueron más
de doce horas, creo que nunca había aguantado tanto con nadie. Hiciste lo que
quisiste conmigo, y yo sumiso, me dejé. Ante la mirada atónita de toda aquella
gente, y causando la expectación que sueles llevar allá a dónde vas. Doce horas
en las que te las arreglaste para robarme el corazón sin tener en cuenta que el
sentimiento no reside en una parte del cuerpo, si no del alma. Y querida amiga,
mi alma es sólo mía, y no esta en venta.
Creo
que tras nuestros múltiples encuentros, hemos conseguido una dinámica sana para
mantenernos a ambos satisfechos. Yo sé qué tras un determinado tiempo, vendrás
a buscarme para saciarte y yo debo hacerlo, a veces por placer, otras por el
mero hecho de que te quedes contenta y me dejes tranquilo. Porque querida
Muerte, me niego a tener algo serio contigo.
Aún
tengo mucho que vivir, que soñar, que crear en este mundo. Tengo que seguir
conociendo gente, sorprendiéndome de la raza humana. Tengo que enamorarme,
tengo que odiar, tengo amar y quiero seguir deseando. Me niego a seguir los
dictámenes de tu tiranía. Me niego a morir. Así que, mientras esto siga siendo
así, mientras yo siga siendo eterno, me temo que tú y yo solo seremos amantes
para siempre.