viernes, marzo 10, 2017

El engaño del recuerdo



Llevo un tiempo pensando sobre este tema y es que realmente me molesta que los fantasmas del pasado se acicalen y parezcan atractivos espejismos. Soy fiel partidario de preservar la historia tal cual, sin tintes positivistas. Sé que el tiempo puede ocultar, maquillar, trastocar o incluso cambiar recuerdos de hechos pasados.
            Quisiera ser justo con el tiempo pasado, con la historia o los hechos acaecidos. Dicen que el tiempo pasado fue mejor pero como bien dice ese refrán, ya es pasado y no merece la pena mis desvelos, ni mi tiempo. No soy un museo, ni me dedico a desenterrar el pasado. Tampoco tengo conocimientos para formar parte de los cazafantasmas.
Quizá esto me pasa por no ser tan fuerte como para ser inmune a la melancolía, o quizá sea mi parte de escritor-poeta, pero me fastidia sobremanera sufrir de estos males. Porque no suelen ser justos con los hechos, porque alteran la realidad adornándola a voluntad de los sentimientos del afectado. Y no hay nada peor para cualquier escritor que alguien o algo modifique la historia que con tanto esmero has creado y dado forma. Puede que la vida no sea perfecta, y no debe serlo. Grandes obras de la literatura nos advierten de que la perfección suele conllevar un mal oculto o una sensación de no estar en un mundo correcto. Personalmente veo hermosa la imperfección. Cada herida, cada defecto, cada grieta o muesca cuenta una historia, algo por lo que se pasó y forjó lo que uno es ahora. Aunque quizá este tema de para hablar en otra entrada aparte.
Volviendo al tema, yo por ejemplo no puedo odiar a las personas que he amado. Y es una putada pues son esas personas las que han sido capaces de dañarme de tal manera que casi me destruyen. Algunas veces de forma premeditada y a sabiendas de dónde debían cortar para maximizar el daño ¿No sería más lógico dejarse llevar por el odio, el rencor, o la rabia? ¿Por qué la balanza siempre se inclina a favor de la causa ajena? ¿Por qué los sentimientos positivos imperan ante los negativos? No es justo. Definitivamente no lo es. No se es justa a la historia, no se hace justicia a las heridas ni a la sangre perdida. No hay virtud en reflejar un hecho distorsionado solo para que parezca hermoso. Los fallos, los errores, los aciertos y las bondades, todo eso que puede reflejar una herida y que nos recuerda algo que no deberíamos olvidar. Toda esa piel rasgada, ese corazón hendido o esa mente destrozada. Todo ello es hermoso. No necesita ser adornado. No necesita ser distorsionado y cambiado. Debemos aprender a convivir con todo aquello que nos ha formado como persona. Y quizá ahora no nos guste como somos, pero somos seres dinámicos, podemos alcanzar aquello que creemos el ideal.
Ya basta de engaños vanos de nuestra mente, paremos el cambio que hace los sentimientos al recuerdo. Porque, aunque el fantasma se vista de seda, fantasma se queda. ¿Cómo vamos a poder aprender de nuestros errores si los modificamos según las circunstancias? ¿Cómo vamos a ser conscientes de que es realidad y que es sueño si no paramos de malear lo único que se salva al paso inexorable del olvido? Soy humano. Tengo virtudes, muchos defectos, y sé que igual que la cagué en el pasado la cagaré en el futuro. Pero no por ello tengo miedo a seguir avanzando. No necesito que se me maquille la realidad, ni el pasado. Sé que tuve aciertos, y no quiero que se me descuenten de mi marcador. También sé que volveré a anotarme nuevos. Pero así soy yo. Con mis virtudes y mis defectos. Soy la persona que actualmente escribe estas líneas porque he pasado por todas aquellas historias que un día formaron las cicatrices de mi alma. Y mientras me quede espacio seguirá habiendo espacio para nuevas de ellas. No necesito que nadie pinte sobre mi o mi recuerdo una historia diferente pues ya, por sí sola habla mi mente.

jueves, marzo 09, 2017

La caza del zorro




            El pequeño animal corría veloz entre las hierbas altas, mientras a no muchos metros los perros de presa ladraban furioso. El retumbar del suelo precedía al pequeño tropel de jinetes que precedía a los canes. Eran caballeros aspirantes de Equitania, solo los elegidos por el Duque de la región occidental del reino. Como cada año, nuevos jinetes aspiraban a servir al cargo del regente local y aquella competición de la caza del zorro era una de las pruebas que debían superar.
            La comitiva del gobernante iba detrás del pelotón de novatos, formada por caballeros más experimentados, su mujer y su castellano. Este, miró nervioso a su señor y le recordó lo que todos ya sabían:
            —Mi… mi señor… Nos estamos adentrando en terreno hostil. Sus tierras quedaron atrás hace ya…
            Con un gesto que podría interpretarse como arrogante lo hizo callar. Bajó despacio la pesada maza que portaba y sacó de entre su armadura el distintivo del rey. Lo tocó repetidamente antes de espetar.
            —Actúo bajo la protección del Rey. Nada malo nos va a pasar mientras estemos bajo su bendición.
            El castellano apartó la vista de su señor y murmuró por lo bajo para quitarse de preocupaciones. A veces pensaba que su señor debía tener un poco más de humildad en vez de tanta osadía. No obstante, no pudo evitar acabar entrando en el oscuro bosque en busca de la presa.
            La maleza le servía al pequeño animal para esconderse de sus perseguidores. Una y otra vez parecía dejar a los perros atrás cuando pasaba por arbustos, rosales o raíces de árboles. Pero los perseguidores, incansables, seguían haciendo sonar su cuerno cuando los animales encontraban el rastro del zorro y se lanzaban a por el en una persecución incansable. El zorro conocía aquellos parajes, sabía por dónde esconderse y a quién pedir auxilio. Una de las ramas de un árbol cercano se elevó ligeramente, dándole cobijo a una madriguera subterránea. La ayuda había llegado.
            Los caballeros aspirantes empezaron a ponerse nerviosos. Los perros olisqueaban en todas las direcciones en busca de la presa, pero parecía haberse esfumado entre la vegetación. Conocían poco al Duque, lo suficiente para saber que si movía su pesada maza de una mano a otra empezaba a perder la paciencia. Y sabían que sin ella su promoción a caballeros del reino estaba más que descartada. Una sombra pasó veloz entre los matorrales, y tras un retumbar del cuerno de guerra empezó nuevamente la persecución.
            Los caballos emprendieron el galope adentrándose aún más en el espeso bosque. El castellano azuzaba su caballo, notando un ambiente enrarecido. La caza duraba más de lo que debería y la luz del bosque parecía menguar. Las ramas de los árboles parecían arañarle a su paso entre ellos, como queriendo que no se adentrara más en dominios que no les pertenecían. No había nada de lo que preocuparse, se repitió, tenemos la bendición del rey.
La comitiva se paró bruscamente, al llegar a un claro dentro del bosque. Los perros rugían con la cola entre las piernas mientras que los aspirantes se miraban unos a otros. El zorro estaba en lo alto de una suave pendiente. Les miraba de frente, como esperándolos. Algo extraño y antinatural desprendía aquel animal, pensaba el castellano. Parecía más fuerte, más grande, con una aurora amenazadora. El Duque comenzó a lanzar maldiciones a los aspirantes, adentrándose en primera fila. Estaba enfadado y furioso.
Solo el castellano se fijó en como el zorro empezó a crecer hasta ponerse sobre dos piernas. Solo él vio la forma hibrida como antinatural del cambiante mitad zorro, mitad elfo. Solo él se dio cuenta de la sonrisa perversa que adoptó antes de aullar con fuerza al aire. Solo entonces todos fueron conscientes de dónde se habían metido.

martes, enero 24, 2017

Libre



Quería que supieras   
que mi daño es algo que solo yo elijo.


Que me dejo mecer por tus empujones         
como si fueran viento que me coloca lejos de ti                  
porque todas mis puertas están abiertas                   
y yo soy libre


Que el odio                
es el disfraz de una piel, el reverso de un cuerpo,                
y desde otro lugar                  
tu cara se intuye del revés,                
perdida                      
y no hay nada peor que sentirse olvidado                
dentro de uno mismo.


Que tus intentos de quebrarme el paso                     
solo consiguieron hacerme pisar más fuerte,                       
y cuanto más lejos te colocas            
más cerca estoy de mí misma.


Que quisiste taparme los ojos           
y hundirme                
pero mi mirada está más cerca del mar                    
que de tu suelo.                     
Y te lo repito:            
soy libre.


Que solo aquel que entiende mi silencio                  
merece mi palabra,                
y tú hace tiempo que dejaste de comprender           
que lo que difiere entre un hogar                  
y un sitio al que volver                      
es la puerta abierta.               
Tu puerta cerrada                  
es la entrada de mi casa.


Que quisiste quitarme todo              
y te quedaste sin mí.


Que mi risa fue tu risa                       
y entonces nuestras lágrimas fueron una,                
pero dejaron de hablar el mismo idioma                  
cuando tus carcajadas            
fueron balas contra mi pena,             
cuando tu tristeza                  
arremetió ahogada contra mi alegría.


Que siempre colocaré la verdad                   
frente a mis huellas,              
que no daré respuesta            
a quien no acepta mis preguntas,                  
que no iré a aquel lugar                     
en el que no me reconozca,               
que no daré la mano              
al que me señala con el dedo.


Que nunca me perdiste:                    
dejaste que me marchara,                  
que es la peor forma de abandono.               
Para el que se queda.             
Y ese será tu mayor castigo.


Pero no,                     
no diré nada que enturbie mi paz,     
que moleste la duna calmada            
que reside mi conciencia.


Mejor me voy            
sin decir nada que no sea un espacio hueco             
-lo que te mereces: nada-,                 
porque irse en silencio hace más ruido                    
que cualquiera de tus quejas.


Y yo ya he pasado de canción.




"Libre. Poemario de Elvira Sastre"