miércoles, agosto 17, 2016

Liberado



Fue entonces cuando agarró el frío metal y comenzó la carnicería. Uno tras otro los cuerpos eran reducidos a mera carne triturada por su furia y rabia contenida durante todo el tiempo. Eran los mismos sentimientos los que empañaban su visión y no la roja sangre que comenzaba a empañar todo el lugar. Siguió adelante, con el mandoble en ristra, abriéndose paso entre todos los que con osadía se interponían en su camino. Llegaba a resultar hipnótica la facilidad de aquella espada para abrirse paso entre los cuerpos de sus adversarios. A pesar de haber matado a todos aquellos hombres seguía desgarrando y destrozando metal, cuero o carne. Daba igual la postura donde penetrara el tajo, o la resistencia que pusieran sus receptores. Nada parecía parar aquella vorágine. Era tal cruento el combate que los pocos guardias que quedaban huyeron despavoridos. Se limpió la sangre de los ojos, jadeante. Miró a su alrededor, buscando enemigos. Nunca miró atrás. Ni se fijó en el reguero rojo que había dejado a su paso. Sonrió levemente y soltó el acero. Al fin se había ganado su ansiada libertad.