—Ven, te lo
mostraré
Los dominios
de la reina de hielo eran tan hermosos como aterradores. Todas las historias
que contaban sobre ella y su poder eran pocas comparadas con lo que se podía
ver a simple vista. Avanzaron por la estepa helada, en silencio, como si la más
mínima palabra pudiera romper algún carámbano helado o algún tipo de armonía en
aquel lugar.
Tras avanzar y
avanzar, se comenzó a vislumbrar un castillo enorme en medio de aquel paraje.
Blanco como la nieve de un estilo bastante regio, sin florituras ni adornos
innecesario. Fue entonces cuando la mujer comenzó a hablar.
—Muchos han venido hasta aquí en busca del mismo poder que tú. Un poder
que no os pertenece a ninguno de vosotros y la mayoría, como veras, han servido
a un propósito mayor que sus propias ambiciones o anhelos.
Al entrar en
el castillo, estatuas de hielo de hombres y mujeres adornaban las paredes
desnudas de las estancias. Una alfombra desgajada marcaba el camino a seguir.
La mujer miró por encima del hombro, con una media sonrisa.
—Veo que aún sigues detrás. Bien. Eso te honra, aunque esta última no da
de comer a nadie. No paras de sorprenderme y si te soy sincera, hacía tiempo
que nadie llegaba tan lejos como lo has hecho tú. ¿Sabes? Me sorprendiste
cuando te intercepte. Así que quieres mi poder para sanar. Curioso. La mayoría
de la gente tiene otros planes menos… diplomáticos.
La luz del día
entraba por estrechos ventanales en lo alto de las paredes, filtrando la luz
con los tonos grisáceos de las cristaleras. A medida que avanzaban por el
castillo, los ventanales empezaban a escasear. Ella chasqueó los dedos, y una
luz fatua se encendió en todos los pasillos y habitaciones tiñendo la estancia
de un frío azul fantasmal.
—Pero aquí sigues. Detrás de mí. Siguiéndome como un animal perdido en
busca de cobijo. Los humanos tenéis esa extraña capacidad de sorprenderme de
vez en cuando. Las convicciones más fuertes son aquellas que nacen de la
supervivencia de vuestra especie, sobre todo cuando se trata de proteger a
otros seres de vuestro núcleo más cercano. Te sorprendería cuán rápido se ha
quebrado la voluntad de los hombres cuando solo buscaban gloria o fama, cuando
anhelaban el poder de alzarse sobre los demás. Pero tu…
Llegaron ante un gran portón
cerrado, que no tardó en abrirse cuando la reina de hielo se paró en seco
delante. Con una rapidez y presteza que parecían sobrehumanas, como si aquel
objeto inanimado no quisiera hacer esperar a su dueña, tal vez por respeto, tal
vez por miedo. La estancia, aunque amplia, era igual de paupérrima y descuidada
como el resto del edificio, aunque un poco más adornada. Varios candelabros
iluminaban la habitación abovedada con aquel fulgor blanquecino que no emitía
calor alguno. Ella anduvo sin presteza, sin esperar a que la siguieran. Se fue
hacia un trono helado, y se sentó para poder devolver la mirada a aquella alma
perdida.
—Tú quieres mi poder para sanar. Para
curar las heridas que una vez te hicieron los de tu raza. Quieres el
poder para mirar al pasado sin temblar de miedo al recordar, para que el frío
seque tus lágrimas que se forman en tus ojos cuando recuerdas aquellos momentos
que hoy se han vuelto agridulces. Me dijiste que piensas que el frío calmará
los dolores, que dejará de picarte esa sensación de impotencia ante la
imposibilidad de cambiar el pasado. Me resulta extraño, pues los tuyos son más
de quemar todo aquello que consideran indigno: desde los despojos hasta las
heridas. Y vienes a mí, sin nada que ofrecerme queriendo congelar todo aquello
que una vez te hizo tanto daño como felicidad. Para poder dejarlo atrás y
seguir adelante te has adentrado en mis tierras heladas de las que solo muerte
se puede conseguir con un fin que está a medio camino de ser noble como egoísta.
Mientras hablaba en la cabeza de la
reina se había formado una corona de escarcha, que recogía y realzaba su melena
blanca. Sus ojos se habían estrechado como los de una serpiente concentrada en
dar caza a su presa y había adquirido un extraño brillo azulado como los de un
gato a media noche. En su mano derecha parecía acumularse una energía blanca en
un remolino redondo que más que magia parecía una tormenta de nieve y hielo,
extendiendo aquella mano a su visita. Con una sonrisa maliciosa prosiguió
hablando.
—Si así lo deseas, adelante. Acércate
y toma el poder necesario para hacer aquello que anhelas, para cristalizar esos
momentos y poder dejarlos atrás, pudiendo recordarlos como meros adornos que
rellenan tu casa. Pero te advierto que las consecuencias son mucho peores de
las que tú te piensas. Con el tiempo, comenzarás a sentir el frío de tu propio poder.
Con el tiempo, aquello que una vez conseguía calentar tu cuerpo humano dejará
de hacerlo, rodándote de la frialdad suficiente para que no vuelvan a dañarte.
Y es que, con el tiempo, este pequeño poder que te doy, junto con tus anhelos y
deseos serán tu propia ruina y acabarás perdiendo todo aquello que amas por
algo tan sencillo como que deje de importarte. Con el tiempo, aunque no haya
cambios en tu físico, la gente comenzará a sentir el frío que te rodea y se
alejará, aislándote en un remoto trozo de tierra que llamarás hogar para darle
algo de la calidez que carece. Con el tiempo, ese poder que creías necesario
hará que los tuyos te consideren un monstruo despiadado tan solo por no ser lo
suficientemente fuerte para sufrir, por querer aprender sin sentir dolor.
¿Quieres parte de mi poder? Ven, te ofrezco la parte necesaria para llevar a
cabo tus planes, pero quiero que seas consciente de lo que esto conlleva. ¿Y
bien? ¿Lo sigues queriendo?