miércoles, agosto 22, 2018

Letras afiladas


            No hay nada que haga más daño que aquello que no existe. Al final aquello capaz de reducirnos a escombros ni si quiera tiene forma física. Hace más daño una mentira dirigida al corazón, que un cuchillo rebanando el pescuezo.
Y es que somos así, construimos grandes edificios cimentados en mentiras solo para lucir más hermosos, por aparentar más que los demás. Y no hay nada que más odie que aquello que es capaz de dañarme.
Odio esos te quiero que se quedan a medias. Los que no se completan ni se acaban con un punto final. Los que suelen ir acompañados por condicionantes u otras palabras que dejan ese te quiero fuera del núcleo principal de la oración.
Odio esos te amo que no son capaces de acelerar el corazón hasta darte taquicardias. Los que no son capaces de erizar el vello o removerte el estómago.
Odio toda promesa vacía, carente de verdad. Que luce brillante, hermosa y magnífica cual espejismo en un desierto, pero cuando llega la hora de la verdad te deja igual de seca la boca que el desierto, con un sabor de amargura y decepción.
Odio ser un número como cualquier otro. Un suceso más de una ristra infinita de engranajes que hace funcionar la fría maquinaria de la sociedad.
Y es que yo, tengo un nombre propio, un nombre humano y una palabra propia que me define en todos mis aspectos. Y es que soy un ser dinámico, que busca crecer, superarse y sobrevivir a esta telaraña de mentiras y desilusión que en ocasiones, suele ser la vida.