miércoles, noviembre 21, 2012

Amarga dulzura

Hacía tiempo que deambulaba sin rumbo. Tiempo atrás había perdido la vida que un día le había llenado y tras jugar su esperanza en una partida de poker pasaba noche tras noche intentando llenar ese vacío con vasos y vasos de Whisky.

Pensaba que poco a poco podría acostumbrarse a la corrosión que el alcohol generaba en su interior pero no era así. Era una ilusión más como todas aquellas que intentaban transmitirle todos esos eslóganes que lanzaban desde el televisor, la radio, o incluso en mitad de la calle. Calles que para él se habían vuelto hostiles y grises una vez que pudo abrir los ojos a la cruda realidad.

Pero un día vio la luz en la barra de un bar. Allí estaba ella, con la única compañía de un Gin Tonic. Su larga melena rizada parecía esculpida directamente en caoba, mientras que sus ojos claros invitaban a darse un baño por ellos. Fue entonces cuando se fijo en sus labios. Finos, sensuales, con aquel matiz del rojo que llamaba a la pasión. Una sonrisa de aquellos labios fuere una bengala en su cielo sin estrellas. No tardó en acercarse a la chica, invitarla a una copa, y tras horas hablando, acabó bajo las redes de su sabana, envuelto con tela y carne.

Un faro se iluminaba a lo lejos para él. Aquella mujer estaba cambiando su vida. Las calles recuperaban poco a poco matices de color. Un color mezcla de marrones, azules y rojos. Colores que le recordaban a ella. Volvía a percibir la belleza de la vida, la simplicidad de la naturaleza e incluso la inocencia de la niñez. En cambio, no fue capaz de ver unos negros hilos que empezaban a salir de cada una de sus extremidades. Hilos finos, pero fuertes, como la tela de la araña. Una araña con un hermoso cuerpo de mujer. No pudo ver como poco a poco le costaba llegar a fin de mes ya que se gastaba su dinero en ella, ni la de noches que pasaba con "amigos" diferentes a él. No pudo ver como su rol de desdichado poco a poco se convertía en el de presa. Para él solo existía ella. La ternura del tacto de su piel desnuda. El dulce sabor del veneno de sus labios.

Un día ella se cansó de él y decidió terminar con aquello. No supo ver que su cuerpo de marioneta caía al suelo con brusquedad, al romperse las ataduras del armazón de madera que le puso en pie. Su alma se rompía en mil pedazos que salían disparados en todas direcciones de su vida, mientras que su corazón, se aceleraba hasta tal punto de no poder seguir con aquello, renunciando mediante el infarto a seguir sufriendo más aquella vida de penurias.