domingo, febrero 02, 2014

La teoría del odio


            Si no te has dado cuenta, vivimos en un mundo cruel. Un mundo injusto dónde debes joder para ser respetado. El miedo, la ira, la injusticia social reina allá donde vayamos como un astro en el cielo, duro, cruel, e insaciable. Muchos de los que leéis estas líneas estoy seguro que habéis sufrido hace poco. Habéis experimentado en primera persona las cosas que jamás creeríais que sucederían: seres queridos que os acaban de traicionar, personas amadas que dejan de sentir lo mismo que vosotros sentís, acontecimientos en la vida que os joden planes de futuro a los que lleváis aspirando toda la vida. Y estas desagradables experiencias suelen dejar un hueco inmenso en el alma. Algo que entristece nuestra propia existencia solo por el mero hecho de estar ahí. Algo que en muchas ocasiones te va carcomiendo nuestro interior hasta que sin darnos cuenta nos ha sumergido en eso que los médicos llaman depresión.
            Es comprensible intentar rellenar ese vacío con algo. Hay gente que lo puede rellenar de otras cosas. Personas que se hacen adictos a sus trabajos, sus estudios, a todo aquello que les evada de pensar que tienen algo ahí. Algo oscuro, inquebrantable. Algo ponzoñoso que tenemos clavado dentro. Y para muchos, el no pensar en ese agujero les sirve. Pueden seguir con sus vidas tranquilamente, cómo si eso que destroza su ser no existiera. Otras personas intentan rellenar el vació con aquello que ha generado esa rotura. Amor para el desamor. Confianza para la traición. En general, buscar más de lo mismo por si esta vez no sale tan malo. Quizá funcione, quizá no. Depende de la intensidad de lo perdido, del dolor de lo sufrido y de la aportación de aquello nuevo que hemos encontrado. No siempre sirve, pues puede que tu nueva pareja no te llene tanto cómo lo hacía la anterior. Puede que la persona que has depositado tu confianza no tenga el mismo privilegio que la persona que te traiciono. Estas son pues soluciones parciales muchas veces. Parches y tiritas para una herida que no suele cicatrizar.
            Pero hay algo infalible para solucionar todo eso. Algo que llena y reconforta tanto como aquello que se nos fue arrebatado. Ese algo es el odio. Esto puede malinterpretarse, pero déjame que termine. El odio es un sentimiento que puede ser considerado "malo" por todo lo que suele generar. Pero el odio, como cualquier otro sentimiento, puede ser controlado. Y más este odio que generamos de la nada para llenar esos vacios del alma. Al igual que las pilas, cada sentimiento tiene una parte positiva y otra negativa, y lo que suele provocar esas brechas en nuestro interior tienden a ser positivas. El odio es intenso, cálido. Nos hace hervir la sangre, nos reconforta el alma y nos deja obnubilados, apartándonos de los males y centrándonos en un solo objetivo. Condensa lo disperso, focaliza las cosas clave y lo más importante, destruye. Destruye ese clavo ardiente que nos perfora nuestras entrañas. Destruye los antiguos sentimientos que nos hacen daño. Destruye, y aquí está el riesgo. Es más fácil odiar que amar, es más fácil odiar que confiar. Lo difícil es dejar de hacerlo a tiempo, antes de que nos autodestruya convirtiéndose en obsesión. Es arriesgado sabiendo que puedes llegar a odiar eternamente a personas a las que amaste en el pasado pero si logras parar a tiempo. Si consigues darte cuenta que todo eso que estas generando, que el pus y la rabia del odio son solo cosa de tu imaginación, te sentirás reconfortado. La paz y la calma volverán a tu interior y por fin, podrás empezar de nuevo.