Sé que te he
querido desde hace muchísimos años y siempre he acudido a ti: cuando me
encontraba mal, en las noches cuando el frio se me metía en los huesos o
incluso por compartir mis triunfos y victorias, pero… debo confesarte que he
conocido a alguien.
Sí, se que
es culpa mía y solo mía, que teniéndote no debería haber buscado nuevas
experiencias, un sitio donde cobijarme, pero… así lo hice.
Vino con su
juventud, coqueteando. Belleza exótica que no pude evitar. La vi en aquella
barra del bar, sola, sonriéndome. No pude evitar devolverle la sonrisa, no pude
apartar la vista de aquellos ojos negros y… al final… me acerqué. Al principio
solo quería hablar, como la típica curiosidad infantil: sin maldad, sin
segundas intenciones… No sé ni cómo surgió el primer roce, el primer contacto,
el primer beso. Su sabor atravesó mis labios, mi boca, mi garganta y fue
directo a clavarse en el corazón como el disparo de un cazador furtivo a su
presa.
Te mentiría
si te dijera que se como acabamos en casa, desnudos, a escondidas de ti. Buscando
los momentos oportunos en los que tu no estabas para satisfacer nuestras
necesidades más básicas, nuestros instintos más primarios.
No quiero
seguir engañándote. No creo que te lo merezcas. Por eso te escribo esto, para
confesar mis pecados, para expiar la culpa que siento… pero ahora mismo no sé
con cual de las dos me quedaría.
Mi querida
Colacao, los momentos que hemos pasados son y serán inolvidables pero una taza
de cacao negro al 70% de Valor me ha hecho sentir cosas que jamás pensé que
volvería a sentir. Espero que algún día puedas entenderme y vuelvas a quererme
de la misma forma que yo te sigo queriendo.
Atentamente,
un fiel consumidor