Me acordaba de aquél caso. ¿Cómo se podía olvidar la
gente de las intensas semanas que pasamos con aquel asesino en serie? Realmente
fue uno de los casos más intensos de mi vida. Pero creo que he dicho más de la
cuenta. Lo sé. Lo veo en tus ojos. ¡Qué desconsiderado! Aún no me he
presentado. Soy Andersen W. Ironclaw, aunque todo el mundo me llama Lobo.
Quizá alguno de vosotros siga sin conocerme, ni saber a
que me dedico. Quizá después de contaros la historia alguno acabará marchándose
de aquí indignado. Quizá alguno recuerde algo que olvidó hace tiempo o incluso
se quede a escuchar el resto de la historia. Pero la verdad es que soy un
hombre lobo. O mejor dicho, soy "el"
hombre lobo. Sí, habéis escuchado bien. ¿Recordáis la historia que os contaban
de pequeño sobre los hombres lobo? ¿Aquellos cuentos infantiles que
posteriormente habréis contado en alguna noche oscura, o en algún fuego de
campamento? Pues bien, "ese"
soy yo. Y al igual que yo, otros muchos personajes que pensabais que solo
existían entre líneas de tinta en un arrugado y amarillento papel también son
personas de carne y hueso como tú. Todos vivimos en un barrio, más cerca de lo
que tú te piensas. En ese barrio hay unas reglas sagradas para no molestaros a
vosotros: los humanos. Unas reglas que yo me encargo de hacer cumplir. Y cuando
hay problemas... me encargo de solucionarlos.
Y aquí empieza la historia. Con uno de los mayores
problemas que el barrio de las fábulas ha tenido jamás. El caso del
descuartizador de la avenida de la Moraleja.
Todo comenzó muy temprano, una mañana fría de Diciembre.
Yo acababa de arreglarme mis largas melenas color miel. Parecía que el corte que llevaba se volvía a
poner de moda: eran las medias melenas. Y yo tenía especial interés de estar a
la última moda. Pero empiezo a divagar otra vez y dudo mucho que andes
esperando para escuchar consejos de moda masculina. El caso es que no había
tomado ni un café cuando en el busca me apareció un mensaje informándome de un
homicidio. El incidente había ocurrido cerca de la avenida principal, en una
zona de más o menos lujo en uno de los bloques más elevados del barrio. Yo no
me encontraba muy lejos de allí así que me dispuse a ir hacia lugar del crimen.
Al ir llegando a la zona las calles estaban más alteradas
de lo normal. Lo notaba en la piel, cómo quien nota una corriente de aire frío
atravesar su vello. Pero al llegar al edificio algo empezó a no cuadrar. Era
demasiada gente la congregada en el portal del modesto rascacielos. Con cara de
pocos amigos, comencé a apartar a la gente a golpe de empujón, y enseñando la
placa. Aunque no hizo falta muchos codazos, parece ser que la fama me
perseguirá siempre. Notaba sus miradas de desaprobación mezcladas con la
incertidumbre de lo que hubiera podido pasar allí dentro. Al llegar a la puerta
salude al portero y subí, repasando toda la información que me llegaba al
móvil. Antes de llegar ya sabía quién era la víctima y un escalofrío recorría
todo mi cuerpo. La víctima era una mujer joven, de 21 años de edad. Famosa cantante
de música pop cuyo single "A drop of poison in my cider" había
revolucionado el mercado no hacía mucho. Seguro que a muchos os ha venido a la
cabeza el nombre: Melany B. Nieves.
La cosa no mejoró demasiado al entrar en el piso de la
fallecida. Nada más entrar, el reportero local Pep Cricket se abalanzó sobre mí
cual ave rapaz a su presa. Sin darme mucho margen de maniobra comenzó a
interrogarme cómo si yo hubiera sido el autor de los hecho.
-Buenos días
Comisario Lobo. En realidad no son tan buenos. ¿Qué nos puede decir sobre lo
sucedido aquí? ¿Sabe dónde se puede encontrar el responsable de estos hechos?
¿Fue intencionado? ¿Victima pasional de un desencuentro amoroso?
Gruñí molesto ante el ruido molesto de la estridente voz
del periodista. Mirándole desde lo alto y deletreando bien cada una de mis
palabras le contesté:
-Señor Pep, ¿acaso
no me ha visto entrar por esa puerta? ¡Déjeme trabajar tranquilo!
Le aparté, quizá de una forma algo brusca pero el día
empezaba a pintar bastante mal. ¡Y yo seguía sin tomar mi café ni mi donut
mañanero! Y todo pintaba que aquella mañana no tendría tiempo para
disfrutarlos. La voz del bajito personajillo siguió insistiendo "Acuérdese de su amigo de La Voz del Pueblo
cuando sepa algo". Suspiré, intentando no llevarme por mi mal humor.
Observé el abarrotado vestíbulo antes de comenzar. Allí se tomaban declaración
a todas las personas relacionadas con Nieves que podrían haber tenido relación
o no con ella. Rodolfo, el manager, estaba siendo atendido por dos agentes,
pues parecía bastante alterado. Sin embargo, sus siete fieles coreógrafos
parecían más apenados que otra cosa y solo uno de mis compañeros andaba
tomándoles declaración. Esperaba que al mediodía tendrían listo un informe de
sus declaraciones. Definitivamente, ese día no olería ni el azúcar glas del
Donut.
Llegué al amplísimo salón de la estancia, dónde sin duda,
las ganas de comer se disminuyeron considerablemente. Entendía perfectamente
porqué había tan pocos policías allí metidos, y es que la escena del crimen era
bastante difícil de ver. Si eres de esos que se les revuelve el estómago con
nada aléjate de mi cinco minutos, pues si quiero ser fiel a la verdad de lo que
ocurrió en esos oscuros días, debo contar cómo me encontré a Melany. Quizá no
haya hecho hincapié en las dimensiones del apartamento de la cantante pero si
no tenía toda la planta comprada para ella, quizá la mitad sí que estaba a su
nombre. El salón por ejemplo, abarcaba ambos lados del rascacielos, con enormes
cristaleras laterales con unas bonitas vistas a la ciudad. Dicho esto, decir
que la cantidad de sangre que haría falta para que toda esa habitación oliera a
sangre debió ser... toda. Toda la que la pobre chica tenía en su cuerpo. Avancé
hacia el tronco del cadáver, acercándome al fotógrafo forense que andaba
haciendo las fotos de los restos esparcidos de la chica. Uno de los brazos
estaba colocado sobre el teclado abierto del piano, mientras que las piernas
parecían escondidas debajo de los sofás como si estuvieran jugando al escondite.
Los ojos se me inyectaban de sangren, tornándose amarillos debido a la rabia
que todo aquel mal había provocado. Miré al techo, para descubrir que incluso
allí había trozos de salpicaduras de sangre. Cerré los ojos, calmándome. No era
el momento de sacar a la bestia. Toqué el hombro del forense aún con los ojos
cerrados.
-Vaya, Lobo, no me
había dado cuenta de que estuvieras aquí. ¿Se encuentra bien?
-Si... Una
desgracia lo que tenemos que ver hoy agente González.
El agente González afirmó con la cabeza, dejando la
cámara de fotos sobre su pecho. Su tez zaina junto con su alargado bigote daban
cuenta de su ascendencia latina. Empezó a moverse señalando todas las partes
del cuerpo de la señorita que estaban por la habitación.
-Ya lo tengo todo
Lobo. Parece que la persona que hizo esto solo se sirvió de la fuerza bruta
para pertrechar todo esto. Por ahora sólo te puedo decir lo mío y parcialmente.
Hasta que no llevemos todo al laboratorio y lo analizaremos no podemos
determinar absolutamente nada. La víctima está demasiado malherida cómo para
saber la hora de la muerte exacta, pero si te fijas en su rostro, pareció
sufrir una paliza antes de todo esto. Creo que quien lo hizo actuó por venganza
movido por un odio extremo hacia la pobre señorita Nieves.
-Aún no podemos
presuponer nada González pero quizá tengas razón. Ve rápido a comisaría y
dispón de todo lo necesario para llevarte esto de aquí. Cuánto antes analicemos
todo, antes cerraremos este trágico caso.
Pero cuán ciegos estábamos. El caso, no había hecho más
que comenzar y yo no tomaría esa mañana ni el café ni el donut que tanto
ansiaba.
A pesar de todo lo sucedido hasta el momento, no podía
volver a mi despacho sin antes pasarme por el local regentado por Madame Bleu.
Quién iba a decir que aquél edificio de diez plantas se erguiría en pleno
centro del barrio para dar lugar a la posada "La Poudre Magique". La
fachada del sitio no era nada del otro mundo, a simple vista podía parecer un
lugar normal y corriente, como los bloques de edificios que lo rodeaban entre
aquellas callejuelas paralelas a la avenida de la Moraleja. También en parte
porque si fuera muy obvio los negocios que se movían allí dentro, nos veríamos
obligados a actuar y... admitámoslo, apreciábamos el toque especial que daba al
barrio el negocio de lady Bleu.
Mi fama me volvía a preceder una vez más y una de las
mujeres que esperaban en el amplio portal del edificio se acercó a mí con una
sonrisa como arma.
- Sargento Lobo...
Cuánto tiempo que no le veía por aquí. ¿Viene a echar una canilla al aire?
La miré de mala gana pues pensaba que allí estaría lejos
de las hostilidades que parecía despertar allá donde fuera. Parecía que volvía
a equivocarme.
-Comisario Lobo, si
no te importa. Y buenos días para ti también Elaiza. ¿Sabes si está Anya
trabajando?
La mujer torció el rostro y sacó un cigarrillo
llevándoselo a aquellos labios llenos de carmín violeta. Buscó un mechero,
haciéndose de rogar con la respuesta. Metí la mano al interior de mi chaqueta
sacando el mío y encendiéndole el pitillo. A pesar de todo aún le dio tiempo a
exhalar una bocanada de humo antes de contestarme. Parecía que no le hacía
gracia que fuera a verla.
-A claro. Se me
olvidaba... Si, estará trabajando. Ya sabes el camino, campeón.
Me adentré en busca de ella. Esa mañana parecía más
tranquilo que el habitual ajetreo que solía prevalecer entre las rojas paredes
de la mansión Bleu. No obstante la cantidad de personas variopintas que
albergaba seguía siendo la misma. Y por desgracia me dio tiempo a observarlas a
la mayoría, puesto que algo había bloqueado los sistemas de poleas de los
ascensores principales y me tocaría subir andando a verla. Bajé la cabeza y
comencé a subir rápido por las escaleras, hasta llegar al último piso. No
quería que se me viera o se me reconociera por aquel sitio, no al menos cuando
estaba de servicio. Mientras subía vi a una pareja anciana salir de una de las
amplias habitaciones, despidiéndose de otra mucho más joven que ellos. Una
mujer voluptuosa entraba de la mano de un hombre de color a otra habitación,
dos pasillos más hacia delante. Cuando subía por el quinto piso escuché la voz
inconfundible del alcalde; ronca, raspante, suplicando un poco más de aquello
que le estuvieran sirviendo. Gruñí al recibir posibles imágenes desagradables
sobre el alcalde y ascendí más rápido. Un par de hombres musculados se cruzaron
bajando las escaleras, mientras que otro personajillo con alargados bigotes
golpeaba suavemente con un bastón de madera la puerta número 609. Me pareció
recibir la mirada de reconocimiento de un hombre alto y su gemela rubia cuando
estaba a punto de llegar al último piso por lo que acabé subiendo al trote.
Subir todas aquellas escaleras, sin mi donut matutino me había pasado factura.
Avancé jadeante por los pasillos buscando su habitación,
hasta que algo me agarró el brazo por detrás. Al girarme un hombre calvo, de
mediana edad, me miraba con cara de pocos amigos. Lo examiné de arriba abajo,
observando los kilos de más que tenía y su mal gusto a la hora de vestir. Pronto
subí la mirada al percibir su aliento bebido hablarme.
-Eh tu, yo que tú
me estaría largando de aquí echando ostias. No creo que este sea lugar para ti.
No sé si fue la forma de decírmelo, o el tono de
superioridad que empleó en sugerírmelo de forma tan amable. Pero me giré
irguiéndome y poniendo ambos brazos en las paredes del pasillo, con una clara
pose inmovilista. Lo miré directamente a los ojos, desafiante. Comenzaba a
estar hasta los cojones del día y temía por las cosas que pasarían. Sin mi
Donut y ninguneado por un calvo de mierda. La cosa iba de mal en peor.
-Me temo que no
tienes ni puta idea de con quién estás tratando, amigo. -Dije esto último
con un retintín especial, saboreando la ironía con la punta de la lengua.- Así que te sugiero que me quites tu sebosa
mano de encima si no quieres que le ponga pan de pita y me la coma como Kebap.
Debí decirlo muy alto porque una voz angelical llegó desde
el pasillo.
- JoseMary. Déjalo.
Es cliente mío.
El gordo me soltó y aproveché para apartar mi brazo de
sus grasientas manos, gruñendo en voz baja. Tras echarle una última mirada de
reproche, me dirigí hacia dónde había sonado aquella voz tan familiar. Entré
por la puerta y la cerré, observándola con una amplia sonrisa. Allí estaba
ella, Anya Kozlovka, la mujer más hermosa de aquella ciudad. Aunque era una
inmigrante de algún país del Este de Europa, sus rasgos eran igualmente
hermosos. En ese momento estaba delante del tocador, alisando su larga melena
rubia. Me acerqué a ella por detrás, con cuidado de no pisar aquellos hilos
dorados. Estaba contento hasta que miré en el espejo y me crucé con su dura
mirada de reproche. Intenté adelantarme, balbuceando sin sentido algo que ni yo
mismo había pensado pero aquella mirada fría como el jade consiguió
paralizarme.
-Lobo, estoy harta
que te presentes aquí sin avisar. Sin cita previa, como si fueras uno de los
VIP de este lugar. ¿Acaso quieres que Madame Bleu vuelva a castigarme? ¿Qué
haría yo si me echa del trabajo? ¿Me lo puedes explicar?
En ese momento se me ocurrieron muchas cosas para
responder pero preferí ser prudente pues ninguna de mis respuestas sería de su
agrado. Se dio la vuelta y se puso en pié, para mirarme directamente. Se
levantó y comenzó a andar hacia mí. Su figura parecía hecha de nieve por el
tono de su piel y aquella ropa de cama hacía que perdiera la concentración
completamente, evitando así que pudiera defenderme del segundo asalto.
- ¿Y bien? ¿A qué
has venido Lobo? ¿Quieres volver a charlar conmigo durante horas? ¿Me has
traído algún otro regalo que quieres que "solo tengas tu, porqué es muy
especial"? Tengo una mañana bastante ocupada, ya sabes cómo es el trabajo
aquí.
Suspiré mirándola preocupado.
- Acaban de matar a
una persona cerca de aquí y estaba preocupado por ti.- Hubiera seguido
hablando pero vi cómo se cruzaba de brazos así que opté por ahorrar saliva con
explicaciones que no llevarían a ninguna parte- Sólo quería que tu... y las chicas tuvierais cuidado por si acaso.
-Seguía cruzada de brazos, me imaginaba lo que me iba a decir así que me fui
con el rabo entre las piernas- Sólo era
eso. Buenos días.
Me di la vuelta y comencé a andar de espaldas a ella
hasta que su voz me paró.
-Lobo... Yo...
Bueno... Ya sabes cuál es mi tarifa.
Suspiré sacando la cartera, y haciendo cálculos de lo que
me estaba costando la advertencia. En aquel momento pensaba que había perdido
tiempo y dinero, ambos a partes iguales pero... Jamás pensé que mi instinto
había estado en lo correcto y me había cruzado con el asesino en "La
Poudre Magique". Cuántas vidas inocentes hubiera salvado si mi instinto
hubiera estado más afinado.
Después de pasar un agradable rato en "La Poudre
Magique" volví a la oficina. Parecía que se había formado bastante revuelo
con el caso. Más de lo que esperaba. Todos los compañeros estaban atendiendo
llamadas de la prensa, de los curiosos y aparte
las llamadas importantes, las de verdad, con otros casos que resolver.
Alguno que otro me paró para pedirme detalles escabrosos sobre la víctima, el
crimen y los sospechosos. Preguntas que ni quería ni podía contestar. Entré en
mi despacho, como si hubiera pasado tras una selva salvaje y hostil. Estaba
seguro que había tardado el doble de lo normal por culpa de los curiosos. Pobre
Melany, no se merecía tanta mediatización tras su muerte.
No tuve tiempo de sentarme en mi sillón cuando el
teléfono de la oficina sonó, para comunicarme que estaban practicándole la
autopsia a la fallecida. Estos tipos eran rápidos, sobre todo el agente
González, destinado por los forenses a casos que requerían premura. ¿ Me daría
tiempo a tomarme mi café y mi donut? Esperaba que sí. Por lo que cogí mis cosas
y me fui a la cafetería que solía ir, regentada por la joven pareja Alemana de
los Geschwister. Pedí lo de siempre a Henrietta, que me atendió con su cálida
sonrisa de siempre.
-¿Cuándo piensas
cambiar tus hábitos alimentarios? Comisario Lobo con tantos donuts va a acabar
usted siendo el agente menos en forma.
Negué
con la cabeza ahogando una sonrisa en mis labios. Miré a mi alrededor,
observando que la mujer había conseguido una vez más su propósito de todas las
mañanas, llamar la atención de medio bar con sus comentarios jocosos. Por
suertes Gerad, su marido, respondió desde la cocina.
-Déjalo en paz
mujer. Es un buen hombre. Ha hecho mucho por nosotros, como venir todas las
mañanas a intercambiarnos su dinero por café.
Tengo que reconocer que hacían buena pareja estos dos personajes.
Sonreí a la mujer, y conteste intentando quitar hierro a todo aquel asunto.
Ahora casi todo el mundo estaba pendiente de la conversación que estábamos
teniendo en la barra del bar y necesitaba que volvieran a meterse en sus
asuntos. Ya había tenido mi dosis de protagonismo anteriormente.
- ¿Qué harías tu si
el comisario más guapo de la ciudad se volviera un fondón? ¿A quién le mirarías
tu con esos ojitos?
Cogí el café que me acababa de servir pero no pude ni
darle un sorbo debido a que medio bar se rió con la contestación de la mujer,
incluido yo.
- A quién sino,
tendría que volver a fijarme en mi marido.
Un quejido lastimero sonó desde la cocina mientras medio
bar seguía riendo la retahíla de reproches que la bávara le hacía a su marido,
de las formas en las que debía sorprenderla de forma romántica y la dieta que
iba a seguir al finalizar esta semana. La cosa parecía ir para largo, así que
aproveché la distracción para darle un sorbo al néctar de los dioses que era
aquél liquido marrón. Pero cómo no, la suerte no estaba de mi lado ese día. Un
mensaje en el móvil me indicaba que tenía que ir al tanatorio de inmediato,
parecía que habían descubierto algo importante y dado la importancia del caso
era mejor no filtrar información por los móviles. Suspiré y me levanté,
volviendo a llamar la atención de la enfadada camarera. Rápidamente puse mi
mejor voz de disculpa, esperando que fuera suficiente para aplacar sus estado
de humor.
-Henri, me tengo
que ir. Hoy es un mal día de trabajo. Ponlo a mi cuenta.
Y sin dar pie a que me pudiera decir nada, salí de allí
en dirección a la morgue, esperando no tener que volver a ver los trozos
destrozados del cadáver de la pobre cantante.
Llegué a casa tras un día de locos de duro trabajo. Sin
comer ni descansar, teniendo reuniones con superiores, policías, interrogando
al círculo cercano de señorita Melany... en fin, lo que se dice un día
completo. Pero la recompensa estaba en mi frío apartamento.
La primera parada fue la nevera. Al abrirla estaba tan
vacía cómo la había dejado, con tan solo unas cuantas cervezas en él. Tenía que
bajar a comprar en cuanto tuviera algo de tiempo pero siendo comisario eso
sucedía pocas veces. Arramplé con una de las codicias enlatadas y me dirigí a
mi butaca, gruñendo un poco al ver que Misifú lo había tomado como suyo. Aparté
cómo pude al gato siamés del sitio, tumbándome cómodamente después. Misifú no
veía con buenos ojos aquello por lo que tras mirarme con desprecio, se levantó
dignamente del suelo y se perdió por el piso. Lo siento por él pero no estaba
de humor para concederle caprichos. Deposité los expedientes del caso en la
mesilla cerca del lugar y me apoderé del mando comenzando en mi ritual nocturno
de hacer zapping en aquella caja llena de basura que era la televisión de
aquella época. Tras darle el primer sorbo a mi cerveza dejé que una cadena me
dijera cuales eran los éxitos musicales principales de la semana, mientras que
mis ojos observaban con desgana la documentación del caso. Me detuve en la
autopsia. Aún me sorprendía al leerla. Según González cada uno de los miembros
amputados de la joven habían sido diseccionados por únicamente por la fuerza
bruta. Había cortes por un arma de un filo pequeña y muy larga, pero no eran
los causantes del desmembramiento. Parecía más bien que el arma blanca había
marcado las partes del cuerpo de la joven que serían arrancadas de cuajo. Miré
a la lata de cerveza, ahora vacía, para aplastarla antes de seguir leyendo. El
informe de tóxicos no detectaba ninguna sustancia extraña en su organismo. En
la recomposición del cuerpo faltaban algunas partes cómo huesos y la mandíbula
de la cantante. ¿Qué clase de fetiche podría ser eso para alguien?
Cerré los ojos y me puse la autopsia en la cara, echando
la cabeza hacia atrás. Aún recordaba el último párrafo del informe. Algo que no
pude olvidar, algo que temía volver a leer. Cuándo se intentaba determinar la
hora de la muerte las aclaraciones de los forenses no daban muchas dudas al
respecto: la pobre aún vivía mientras la desmembraban. El corazón volvió a
latirme con fuerza presa de la ira que me volvía a recorrer el cuerpo. ¿Qué
clase de monstruo le haría eso a alguien? ¿Venganza tal vez? Lo que más me
fastidiaba de todo aquello era que debido a la fuerza que parecía tener el
agresor, no muchas personas podían ser capaces de hacer aquello, y algunas
miradas se habían apresurado a mirarme como posible sospechoso. Yo, que servía
al orden y al bien. ¿Acaso no era suficiente lo que hacía por la comunidad?
¿Acaso alguien elije nacer siendo algo en concreto? ¿Somos dueños de lo que
somos o acaso somos libres para usar aquello que somos para fines más elevados?
No lo entendía. Muchas veces los prejuicios y la falta de comprensión podían
conmigo haciendo que cayera en un agujero muy oscuro.
Y todos esos pensamientos acabaron por rodearme y
adueñarse de mi mente, de tal forma que me quedé dormido. Me desperté cuando
hoy el tono de llamada de mi teléfono móvil. Endiablados aparatos. Uno de los
números de la centralita. Había pasado algo.
-Comisario Ironclaw
al habla.
Dije intentando no parecer recién despertado.
-Lobo, vístete, te
necesitan en la 56 con la 32.
Me levanté sobresaltado, aquella era la dirección de
" La Poudre Magique". No me dio tiempo a decir nada pues la voz
seguía hablando, haciéndome pasar uno de los peores momentos por los que he
pasado en mi vida.
-Ha habido otro
homicidio en el burdel.