Llevaba unos días en aquella sala
esperando. Tenía el corazón en un puño y las ganas de comer o dormir se habían
esfumado como la niebla con un rayo de sol. Hacía exactamente 36 horas que su
vida se había parado, se había suspendido en una larga espera que empezaba a
ser eterna. Se levantó de la silla, caminando de un lado a otro de la estancia
obviando a las demás personas que se encontraban allí, revolviéndose el pelo de
la cabeza del nerviosismo, casi sin darse cuenta. Pasaron las horas hasta que
por fin alguien dijo su nombre.
Se acercó a la puerta de la sala
dónde un par de médicos le estaban esperando. Lentamente le explicaron como
habían intervenido a su hija. Cómo la herida que recibió fue tan grave cómo
pensaban y que había tenido suerte de que él estuviera cerca para quitarle al
Bulldog que se había abalanzado sobre su pierna. En definitiva, si no hubiera
sido por él, puede que hubiera sido el final de la pequeña. No obstante, no
todo eran buenas noticias. La pequeña había perdido una pierna. Su padre,
preocupado ante aquella revelación pidió verla. Quizá era aún algo pronto pues
la operación no había sido hace mucho pero él necesitaba ver a su princesita.
Los médicos se miraron entre si y accedieron, pues la situación actual de la
pequeña no era precisamente buena.
Avanzaron por los sinuosos pasillos
del hospital, saliendo de la sala de espera y adentrándose por los quirófanos
hasta llegar a la UCI. Allí el médico que le había acompañado le fue comentando
que habían intentado explicarle a su hija la situación, pero que al ver su
nuevo estado, esta había entrado en shock y no había dejado de llorar desde
entonces. Su padre no necesitó escuchar más y entró por la puerta casi dejando
a su interlocutor con la palabra en los labios. Cuándo se adentró en la
habitación, intentó no impresionarse por la cantidad de aparatos y máquinas que
estaban conectadas a su hija. Para él seguía siendo la dulce niña de cabellos
dorados que había sobreprotegido desde que su madre los dejó. Su hija al verlo
comenzó a llorar desconsoladamente. El se acercó y la abrazó con ternura. Descolgó
la pequeña mochila que llevaba en la espalda y sacó un pañuelo, secando las
lágrimas de su hija.
-¿
Por qué lloras mi niña? ¿Has vuelto a soñar con ese monstruo azul que te
persigue por el bosque de estrellas?
La niña negó con la cabeza y señalo
tiritando su pierna. Destapó las sábanas dejando ver el hueco en dónde debería
estar su extremidad. La niña empezó a hablar entre sollozos pero su padre la
interrumpió.
-Bueno
princesa. Encontraremos una solución para eso. Hablaremos con los médicos y
mientras pediré la baja en el trabajo. Podemos llamar a tus amigas para que
vayan a verte a casa y...
La niña hizo callar al padre
poniéndole la mano en su boca. Luego se acercó a él buscando un abrazo. El
padre correspondió, resultando aquella situación más difícil aún de llevar.
Pero tenía que ser fuerte. Tenía que mantener la compostura para poder
calmarla. Aunque todos estos pensamientos se esfumaron cuando la pequeña
comenzó a hablar en voz quebrada.
-Ya...
ya no me querrás igual. Me falta.... Estoy rota. Mamá no me querría igual.
Con lágrimas en los ojos el padre se
separó de su hija y negó con la cabeza con una sonrisa. Buscaba entre la
mochila algo mientras hablaba intentando mantener a duras penas las lágrimas en
sus ojos.
-Sabes
que te quiero, y siempre lo haré. Seas cómo seas, te pase lo que te pase. Y
sabes que tu madre siempre estará orgullosa allá dónde esté. Puede que pienses
que porque te falte un poquito de pierna no te quiera igual pero no es verdad.
La niña quiso replicar pero entonces
el padre sacó de la mochila lo que estaba buscando: una pequeña muñeca de
trapo. Se notaba que el paso del tiempo se había cobrado su precio en ella.
Estaba deshilachada, y le faltaba uno de los botones que hacían de ojos, pero
la pequeña sonrió nada más verla.
-Sabes
que Erika ha tenido mejores momentos y la hemos visto más guapa en otras
ocasiones. Pero a pesar de todo ella ha venido a verte. Al igual que yo. Antes
tenía sus dos ojitos, y estaba más gordita pues el peluche de su interior no se
había ido cayendo por los agujeros. Pero... ¿Acaso no la quieres cómo el primer
día?
La pequeña sonrió pues había
entendido lo que quería decir su padre. Fue ella misma quien cogió el pañuelo
que tendía su padre y se secó las nuevas lágrimas que habían brotado hacía poco
de sus ojos. Al final, tras mirar a Erika y a él, los abrazó, manteniendo
aquella sonrisa de esperanza en sus pequeños labios.