viernes, febrero 28, 2020

La despedida



            Dicen que no apreciamos lo que tenemos, hasta que lo perdemos. La verdad es que por las circunstancias de la vida llevo un tiempo perdiendo: Amigos, familia, oportunidades, trabajo, dinero, salud… Y creedme, apreciaba todo aquello que he perdido. Qué digo. Quería y amaba todo lo que he perdido. Y aún tengo el alma desgarrada cuando pienso en todas las cosas que se han ido de mi vida y que desconozco si volverán. Todo aquello que formaba parte de mí día a día, que me llenaba y me calentaba e iluminaba mi existencia ahora no es más que una brisa gélida en una calle desierta.
            Tiendo a ser una persona ambiciosa, y a veces creo que es bueno recuperar las cosas que he perdido a cualquier precio, incluso si tuviera que arrancárselas a Hades de los brazos. Pero por suerte no soy una persona temperamental y pienso dos veces las cosas antes de hacerlas. Si se han ido, será por algo, ¿no?
La salud cuando se va, acaba volviendo pues la otra opción es la muerte. Lo cual, si llegara, no tendría de que preocuparme en demasía. Lo peor de la salud tiende a ser cuando nos encontramos en un desequilibrio psíquico o emocional. En un pozo que cuesta demasiado salir como es la depresión u otras enfermedades de las cuales salir sólo requiere demasiada fuerza de voluntad. Yo al menos tiendo a la autodestrucción es un juego peligroso estar contigo mismo mucho tiempo, aunque es lo que acabo haciendo. Es jodido ver como suelo cavar un hoyo profundo donde enterrar mi propio cadáver. Y la trampa es la misma que la solución: la mente de uno. Pero de todo se sale, de una forma u otra.
            Parece que la sociedad actual tiene como su mayor preocupación el dinero. Y es cierto que sin dinero, tal y como está estructurada la ilusión del consumo masivo poco se puede hacer sin él. Pero si lo piensas seriamente, cubriendo las necesidades básicas, ¿qué es? Un trozo de papel, un par de bits en una pantalla iluminada… algo que carece de valor real. El dinero va y viene, y considero que hay cosas más importantes. Si lo pensamos, tener mucho o poco, mientras no pasemos hambre… No debería estar preocupado por haberlo perdido, porque habremos ganado otras cosas a cambio.
            El trabajo nos hará libres. Decía aquel. Pero realmente nos adoctrina. Nos da una meta para un bien mayor, como es ser útil a un conjunto mucho más grandes que nosotros. No es malo, pues nos permite mantener una rutina, agarrarnos a algo tangible, que de una cierta estabilidad, mientras navegamos por el tempestuoso mar que es la vida. Pero… si no existiera la recompensa económica ¿nos llenaría realmente? No todo el mundo trabaja en algo que nos suele gustar, pero nos entretiene, de igual forma que los hobbies o una película en el cine. Por lo que debemos pensar que cuando un trabajo se acaba, realmente se abre un abanico de posibilidades donde elegir algo que nos entretenga más que el anterior.
            Pues al final la vida es eso, la vida es una oportunidad tras otra. Si lo vemos desde una perspectiva económica existiría lo que ellos llaman el coste de oportunidad. Aquello que perdemos por ganar otra cosa. Hablando de ética, esto sería el libre albedrío. La única obligación estricta que tiene el ser humano: la de elegir. ¿Qué pasa cuando perdemos una oportunidad? Recordad las palabras de aquel que decía que somos dueños de nuestro propio destino, capitanes de nuestra alma. Podemos haber perdido una oportunidad, pero quizá en el futuro, con constancia y esmero podamos forzar que el tren vuelva a pasar por la estación.
            Desde chico, se me ha dicho que la familia es siempre lo primero. Que hay que sacrificarse por ella, que hay que esforzarse por ella. Luego, con el paso del tiempo me he dado cuenta que el concepto familia es tan amplio como quieras abarcar. No todo se ve reducido al ámbito de descendentes y ascendentes, consanguineidad o ADN, muchas veces forman familia personas ajena a toda esta amalgama genética. De hecho, solemos acabar formando familia con gente que no comparte nada de lo anteriormente citado. La muerte puede arrebatarnos familiares, las discusiones, peleas o simplemente la distancia puede hacer que pierdas familia pero recuerda: siempre puedes ampliarla con aquellos que si merezcan ese título.
            Por último y lo que es más difícil de asimilar para mi es la pérdida de amistades. A mí es algo que me desgarra el alma y me deja una cicatriz que como persona con alma vieja que soy, noto como la herida neurológica cada vez que arrecia una tormenta: un dolor de que persiste a pesar de la cicatriz. Ojalá tuviera una cura mágica más allá de dejar actuar a la medicina del tiempo y la distancia para superarlo, pero incluso así me sigue friendo el cerebro la perdida de las mismas. Si no son buenas amistades, si no son cercanas o si has sufrido alguna traición es siempre mucho más llevadero. La distancia nunca ha sido problema para mantener amistades, quizá sea una rara avis de escribir cada x tiempo para preocuparme de la vida de los míos. Pero ¿qué hacer cuando la gente no te deja clara su decisión de irse? ¿qué hacer cuando te esfuerzas en demostrar que aquello por lo cual se alejan es algo infundado y sombras de un miedo más profundo e irracional? Pues me temo decirte, querido lector, que no tengo la solución a este problema. El tiempo, las circunstancias y sobre todo las ganas de mantener ese vinculo vivo harán que las cosas se mejoren o se acaben de joder. Y a la gente que se ha ido, ya sea por la puerta grande de un mausoleo o bien en la estación del tren, si fueron importantes hay que recordarlos siempre con cariño. Quedarse con lo bueno e intentar no darle importancia a lo malo.
            Pues, al fin y al cabo, no es nuestro tiempo de morir. No es tiempo de lamentarse. Hay que seguir adelante y hacer que todos aquellos que quieran estar con nosotros, no tengan que lamentar nuestra pérdida. Ni en la vida, ni en la muerte.