Quizá todo se resuma a eso. Oscuridad. Lo único predominante en el
universo. La fuerza más grande e insaciable que rige las vidas de nosotros, los
mortales. Algo tan fuerte y potente que está en cada átomo, cada molécula de
todos los seres vivos. Es aquello que nos empuja a hacer todo aquello que por
naturaleza nos han programado. Todo lo que el ser humano considera como malo
está empujado por una presión incontrolable que surge de cada individuo: matar,
herir, traicionar, mentir, depredar, humillar, mutilar y extinguir. Todas ellas
cualidades que se pueden encontrar dentro de la oscuridad.
Es
cierto que últimamente la oscuridad se ha hecho más fuerte. Cada vez las luces
que nos señalan el camino son cada vez más efímeras, como aquellas que iluminan
las noches humanas. Nos movemos por luces artificiales ante una predominante
oscuridad. Y muchas veces nos creemos que esas luces son de verdad. Muchas
veces intentamos emular a Ícaro sin recordar el final de su historia. Muchas
veces no somos más que polillas, reducidas a polvo al alcanzar aquello que
anhelamos.
No
hace mucho una buena amiga me dijo que no merece la pena sacrificio alguno por
la colectividad. Qué la humanidad está condenada al fracaso, a la extinción,
presa de su propia oscuridad. No quise creerla. No quise rendirme. Busqué,
peleé para encontrar una solución al problema que se nos había planteado. Pero
a día de hoy me doy cuenta de lo sabio de sus palabras. A día de hoy, soy
receloso de seguir esa causa perdida.
Cada
vez más me cuesta resistirme a las tentadoras ofertas del lado oscuro. Mi
instinto animal quiere dejar de estar domesticado. Clama libertad en la cárcel
que yo le autoimpuse. Todo aquel castillo hermoso basado en sueños e ideales,
que servía para encerrar aquello que temía, tiembla, como si de naipes estuviera
hecho, ante la llamada del instinto más básico de mi humanidad. El instinto de
oscuridad. Y cada vez tengo más ganas de abrir la puerta y dejar que todo sea
destruido.
Siento
que aquello que creé se me quedó grande. La grandeza conlleva soledad. Y muchas
veces la soledad hace escuchar los ecos de fantasmas del pasado, atormentándote
por todo aquello que hiciste o dejaste de hacer. Soy consciente que llevo un
camino de perdición. Hasta hace poco, no me disgustaba ir a contracorriente en
aquello que pensaba justo. Aunque muchas veces el camino de la justicia es el
camino de los perdedores, de las causas perdidas. Creo que quizá, va siendo hora
de ponerse en el camino ganador por una vez. Es hora de demostrar por qué antes
se era temido. De recordar por qué prefieres amansar a la bestia de tu interior
antes que dejarla suelta.
Quizá
vaya siendo hora de asumir el papel que se me fue otorgado y dejar de luchar contra
el destino una y otra vez. Quizá vaya siendo hora de consagrarse a la
oscuridad, cerrar los ojos, y dejarse caer en las corrientes del tiempo. Quizá
haya llegado la hora.