A mí nunca me gustó la política. Pocas veces me ha transmitido
confianza o la sensación de que había gente que hiciera bien aquello por lo que
se creó. No considero que se busque el interés de los gobernados, sino más
bien, el interés de los gobernantes, pero como decía Winston Churchill: “La democracia
es el menos malo de los sistemas políticos”. Y siguiendo con las citas Benjamín
Franklin dijo: “La democracia son dos lobos y una oveja votando que se va a
cenar. La libertad es la oveja, armada, impugnando el resultado”. Y es que nos
encontramos en una situación en que de poco sirve que el pueblo se queje, se
manifieste o promulgue su rechazo hacia la clase dirigente: si a ellos no les
interesa, no se cambiará.
Es cierto que, en ocasiones, los ciudadanos de a pie no
somos capaces de vislumbrar ciertos entramados necesarios del mecanismo que rige
a un país. Es cierto que, aunque no entendamos movimientos, acciones, o medidas
que un gobierno toma, puede que tengan una razón oculta para dirigirnos hacia
allí. A fin de cuenta somos todos parte de una maquinaria social que rema hacia
un beneficio común. Pero el timonel se ha olvidado de la gente que está
remando. El capitán se olvidó que bajo las maderas que pisan hay cientos de
personas que le dan poder y lo llevan en la dirección que desea. Hemos llegado
a una situación absurda en la que la élite de la tripulación trata como
mercancía al personal de abordo que les dirige. Roban, silencia, recortan,
humillan y venden por intereses generales. ¿Qué pasaría si esa maquinaria
social fuera un barco pirata? ¿Cuánto tiempo estaría el capitán del barco robándoles
en su cara a su tripulación hasta que esta se revelara? Ya lo decía Maquiavelo:
“El que es elegido príncipe con el favor popular debe conservar al pueblo como
amigo”.
¿A qué punto hemos llegado en que nos roban, insultan y
desprecian en la cara y no hacemos absolutamente nada? ¿Tan gilipollas nos
hemos vueltos? Hoy en día pocas veces veo que en mi país la gente salga a la
calle para pedir un cambio social más justo, o que se proteste por reformas que
beneficien a la mayoría. Veo a más personas saliendo a la calle por eventos
deportivos o programas de televisión. E incluso cuando se sale, de poco sirve.
Se han salido muchas veces a la calle para pedir cambios en leyes, huelgas a
favor de revocar cambios o exigir medidas distintas y no solo no se ha hecho
nada, sino que aquello contra lo que se protestaba vio la luz del día. Es
increíble como los grandes movimientos sociales como el 15M se quedaron en
nada. Como manifestaciones en contra de guerras o leyes sirvieron para reírse de
la ciudadanía. He visto demasiada injusticia.
No obstante, el absurdo sigue, toma forma en la
representación política, donde gente que debe dar la cara por millones de
personas demuestran la inteligencia similar a un pez. Siendo el elegido el que
quiere que los elegidos sean elegidos, nos dicen que hay cosas que hacen por
nuestro bien, pero luego salen papeles, grabaciones, filtraciones que nos dicen
lo contrario. Parece ser que dimisión no es una palabra que comprendan las
élites políticas. Al igual que la palabra competencia. Me pongo en situación:
estoy en una empresa donde me piden que haga un proyecto en una semana con
menganito. Menganito me cae mal, y discuto con él durante toda la semana sobre
quien de los dos tiene el pene más grande. Al cabo de una semana viene nuestro
jefe y nos pregunta por el trabajo. ¿Cuál creéis, queridos lectores, que es la
opción lógica del jefe? Echarnos a patadas a Menganito y a mí. Lógicamente. Por
no hacer nuestro trabajo. No entiendo a qué viene esto de volver a votar algo
que ya se votó. Entendería que volviera a hacerlo en el supuesto que se han
cambiado a las personas negligentes que no han sabido hacer su trabajo. En ese
caso, con un proyecto nuevo, diferente, con opciones distintas…. Entendería la
necesidad de volver a decidir lo que ya elegí para mi país hace menos de un
año. ¿Por qué debería volver a ratificar lo decidido si siguen las cosas igual?
¿Qué va a pasar cuando vuelvan a salir los mismos con un resultado similar? ¿No
sería lógico que hubiera dimisiones?
Y ya no es sólo cuestión de competencia o incompetencia.
Es cuestión de confianza. En la mayoría de las encuestan que salen acerca del
fenómeno político dan a conocer datos alarmantes. Y es que no confiamos en la
gente a la que le damos el poder. Tampoco somos capaces de leer sus propuestas
y programas. Votamos, sin más, como borregos, por un color, unas preferencias o
gustos que gran parte de este país no ha sido capaz de contrastar y valorar con
criterio. ¿Y dónde nos deja a la minoría que nos hemos documentado y no nos
sentimos identificados?
Hay dos posibles soluciones a la sumisión. Una es
sentirse engañado votando en blanco. Pues la ley electoral hace que tu voto o
abstinencia favorezca a una mayoría injusta. La otra es tomar partido por algo
en que no crees, o te huele a tufo, o en ególatras demagogos que te venden
piedras como oros. Y es así, la tiranía democrática en la que vivimos necesita
un cambio. Un cambio radical, no sólo por parte de los gobernantes sino también
por parte de todas esas personas que reman, inconscientes, bajo las órdenes de
un tirano. Un cambio de mente, un abrir los ojos, una gran revolución, que haga
estragos contra la hipocresía, la ambición enturbiada con las gotas del egoísmo…
necesitamos ser más justos o acabaremos siendo cómplices de nuestro propio
suicido.