sábado, junio 25, 2016

Tiranía democrática




            A mí nunca me gustó la política. Pocas veces me ha transmitido confianza o la sensación de que había gente que hiciera bien aquello por lo que se creó. No considero que se busque el interés de los gobernados, sino más bien, el interés de los gobernantes, pero como decía Winston Churchill: “La democracia es el menos malo de los sistemas políticos”. Y siguiendo con las citas Benjamín Franklin dijo: “La democracia son dos lobos y una oveja votando que se va a cenar. La libertad es la oveja, armada, impugnando el resultado”. Y es que nos encontramos en una situación en que de poco sirve que el pueblo se queje, se manifieste o promulgue su rechazo hacia la clase dirigente: si a ellos no les interesa, no se cambiará.
            Es cierto que, en ocasiones, los ciudadanos de a pie no somos capaces de vislumbrar ciertos entramados necesarios del mecanismo que rige a un país. Es cierto que, aunque no entendamos movimientos, acciones, o medidas que un gobierno toma, puede que tengan una razón oculta para dirigirnos hacia allí. A fin de cuenta somos todos parte de una maquinaria social que rema hacia un beneficio común. Pero el timonel se ha olvidado de la gente que está remando. El capitán se olvidó que bajo las maderas que pisan hay cientos de personas que le dan poder y lo llevan en la dirección que desea. Hemos llegado a una situación absurda en la que la élite de la tripulación trata como mercancía al personal de abordo que les dirige. Roban, silencia, recortan, humillan y venden por intereses generales. ¿Qué pasaría si esa maquinaria social fuera un barco pirata? ¿Cuánto tiempo estaría el capitán del barco robándoles en su cara a su tripulación hasta que esta se revelara? Ya lo decía Maquiavelo: “El que es elegido príncipe con el favor popular debe conservar al pueblo como amigo”.
            ¿A qué punto hemos llegado en que nos roban, insultan y desprecian en la cara y no hacemos absolutamente nada? ¿Tan gilipollas nos hemos vueltos? Hoy en día pocas veces veo que en mi país la gente salga a la calle para pedir un cambio social más justo, o que se proteste por reformas que beneficien a la mayoría. Veo a más personas saliendo a la calle por eventos deportivos o programas de televisión. E incluso cuando se sale, de poco sirve. Se han salido muchas veces a la calle para pedir cambios en leyes, huelgas a favor de revocar cambios o exigir medidas distintas y no solo no se ha hecho nada, sino que aquello contra lo que se protestaba vio la luz del día. Es increíble como los grandes movimientos sociales como el 15M se quedaron en nada. Como manifestaciones en contra de guerras o leyes sirvieron para reírse de la ciudadanía. He visto demasiada injusticia.
            No obstante, el absurdo sigue, toma forma en la representación política, donde gente que debe dar la cara por millones de personas demuestran la inteligencia similar a un pez. Siendo el elegido el que quiere que los elegidos sean elegidos, nos dicen que hay cosas que hacen por nuestro bien, pero luego salen papeles, grabaciones, filtraciones que nos dicen lo contrario. Parece ser que dimisión no es una palabra que comprendan las élites políticas. Al igual que la palabra competencia. Me pongo en situación: estoy en una empresa donde me piden que haga un proyecto en una semana con menganito. Menganito me cae mal, y discuto con él durante toda la semana sobre quien de los dos tiene el pene más grande. Al cabo de una semana viene nuestro jefe y nos pregunta por el trabajo. ¿Cuál creéis, queridos lectores, que es la opción lógica del jefe? Echarnos a patadas a Menganito y a mí. Lógicamente. Por no hacer nuestro trabajo. No entiendo a qué viene esto de volver a votar algo que ya se votó. Entendería que volviera a hacerlo en el supuesto que se han cambiado a las personas negligentes que no han sabido hacer su trabajo. En ese caso, con un proyecto nuevo, diferente, con opciones distintas…. Entendería la necesidad de volver a decidir lo que ya elegí para mi país hace menos de un año. ¿Por qué debería volver a ratificar lo decidido si siguen las cosas igual? ¿Qué va a pasar cuando vuelvan a salir los mismos con un resultado similar? ¿No sería lógico que hubiera dimisiones?

            Y ya no es sólo cuestión de competencia o incompetencia. Es cuestión de confianza. En la mayoría de las encuestan que salen acerca del fenómeno político dan a conocer datos alarmantes. Y es que no confiamos en la gente a la que le damos el poder. Tampoco somos capaces de leer sus propuestas y programas. Votamos, sin más, como borregos, por un color, unas preferencias o gustos que gran parte de este país no ha sido capaz de contrastar y valorar con criterio. ¿Y dónde nos deja a la minoría que nos hemos documentado y no nos sentimos identificados?
            Hay dos posibles soluciones a la sumisión. Una es sentirse engañado votando en blanco. Pues la ley electoral hace que tu voto o abstinencia favorezca a una mayoría injusta. La otra es tomar partido por algo en que no crees, o te huele a tufo, o en ególatras demagogos que te venden piedras como oros. Y es así, la tiranía democrática en la que vivimos necesita un cambio. Un cambio radical, no sólo por parte de los gobernantes sino también por parte de todas esas personas que reman, inconscientes, bajo las órdenes de un tirano. Un cambio de mente, un abrir los ojos, una gran revolución, que haga estragos contra la hipocresía, la ambición enturbiada con las gotas del egoísmo… necesitamos ser más justos o acabaremos siendo cómplices de nuestro propio suicido.