miércoles, noviembre 30, 2016

El tesoro del ratoncito





            —Vamos, levántate Iván. Ya es la hora.
            María sabía que a su hijo de ocho años no le gustaba ir al dentista. Es más, le aterraba. Por eso había pedido el día libre en el trabajo, para acompañarle y quitarle los miedos. Recogió la colección de figuras de los Piratas del Caribe que tenía tiradas por la habitación y lo levantó. Iván refunfuñó un poco, pero se levantó a regañadientes.
            —¿Por qué no se ocupa el ratoncito Pérez esta vez? —Dijo Iván cruzándose de brazos.
            —Ya sabes que no puede ser. El ratoncito sólo se ocupa de los dientes que se caen, no de los que se ponen malos. — Respondió paciente María mientras ayudaba a su hijo a vestirse.
            —Pues que aprenda. No quiero ir.
            —Irás. Pero no te preocupes, será divertido.
            —¿Cómo puede ser divertido? — Respondió el niño con desconfianza
            —Piensa un momento. El ratoncito te roba los dientes caídos a cambio de dinero. ¿No es el ratoncito Pérez como un pirata del caribe?
            El niño se quedó pensativo un buen rato. Tiempo que aprovecharon para desayunar y salir a la calle. Tras agarrar la mano de su madre Iván la miró y afirmó convencido.
            —Sí. Lo es. Es el ratón pirata de los dientes. Nos roba mientras dormimos. Pero es un pirata bueno, y nos recompensa con parte del botín.
            María sonrió afirmando, había conseguido que su hijo no pensara en el médico. Ya estaban casi a mitad del camino. Pero Iván volvió a la carga acordándose que iban a ver al doctor maligno.
            —Pues yo quiero que el botín se lo quede el ratoncito. Es mejor pirata que el dentista. Ese no sabría qué hacer con el diente. Y no me dará una recompensa por él.
            —¿Y dónde crees que saquea el ratoncito su botín?
            —¿En el dentista?
            María afirmó. Luego señaló las calles abarcando con su movimiento toda la acera.
            —El capitán Pérez surca los mares de asfalto con su barco de ratones piratas en busca de su preciado botín: los dientes. Además, no sólo persigue lo que él llama “oro blanco”, también asalta a los dentistas robándoles las chuches y el dinero, para luego repartirlo entre todos nosotros.
            El niño la miró fascinado, parecía que incluso quería que le sacasen ese diente de leche que se había infectado por tomar demasiados dulces. Apretó fuerte la mano de su madre y echó a correr en dirección al médico. La mujer vio como el semáforo delante de ellos se ponía en rojo y frenó el avance del chico, rodeándolo con los brazos.
—Tranquilo grumete. Que pasan coches. ¿Ves? Está en rojo. ¿Sabes que para el capitán Pérez los coches son como sus tiburones? — Su hijo la miró sorprendido, volviendo la vista a los coches. —Así que ten cuidado cuando cruces, no vayas a caer en el agua.
Cuando estuvo el semáforo en verde Iván fue saltado por las diferentes rayas blancas del paso de cebra, no quería caer sobre el agua gris por temor a los tiburones de acero.
Al final entre risas y anécdotas llegaron a la entrada de la clínica dental. María miró a Iván y este le devolvió la mirada. Se notaba que ya no había miedo, ni temor. Iván sabía que, aunque doliera un poco, sería para ayudar a su amigo el ratoncito Pérez.
—¿Listo grumete?
—¡Listo!