viernes, septiembre 23, 2016

Sueño de una noche de Septiembre




            Jamás pensé que volvería a verte. Nunca. Ni en mis días más optimistas pensé siquiera que volverías. No estaba en mis mejores pronósticos volverte a encontrar. Pero… cuando peor estaba, cuando ni si quiera me acordaba de ti volviste a mi vida. Llenaste de color un mundo que fundía a negro, dando una nueva perspectiva.
            Y es que el encuentro para mí supuso mucho. Mucho más de lo que piensas, mucho más de lo cabría de esperar. Fue un rayo atravesando las nubes grises y disipando la incertidumbre. Fue sentir el fuego arder allí donde no había ni ascuas para avivarlo. Una revelación en forma de sonrisa distraída.
            Yo caminaba con prisas por la vida. No recuerdo bien a dónde, tampoco tiene importancia. Entonces miré hacía allí. Hacía aquella iglesia gótica, cincelada en el aire por tinta china de un negro estelar. Allí, entre la niebla de dónde tendría que estar el camposanto, estabas tú. Con tu familia, sentadas en aquellas mesas victorianas de metal, rodeadas por la verja oxidada. Me paré, era imposible que hubiera hecho otra cosa diferente. Me paré y te observé. ¿Eras tú? No lo podía creer. Pum pum. Eras tú. Miré la hora. Llegaba tarde. Pero nunca es tarde si la dicha es buena. Pum pum. Me atreví a ir hacia dónde estabas. Me mirabas de reojo, sabías que iba a por tí. Estabas… diferente. Más joven. Hermosa, como siempre. Pero lucías… rejuvenecida. Como si fueras alguien nuevo. Pero en mi alma, en mi corazón, el hueco eterno que te pertenece latía y se encendía con fuerza. Con la rabia y ferocidad que solo el éxtasis puede provocar. Sólo podía significar que eras tú. Pum pum. Solo podías ser tú.
            Pasé por alto el lugar de muerte en donde nos encontrábamos, y la aurora fúnebre en la que nos rodeábamos. Sólo estabas tú, como una llamarada de fuego surgiéndote del pelo. Con esos faros verdes esmeraldas mirándome, con aquella sonrisa que era provocación para desear tus labios. Me acerqué y empecé a hablar contigo. Tal vez con miedo, por todo lo que estaba en juego. Eras tú. Tu familia no para de mirarme, de ponerme aquella mala cara. Como brujas frenéticas conjurando en silencio miradas capaces de matarme. Pero tu reías con una falsa modestia, con la dulzura que solo los querubines recién creados son capaces de poseer. Me mirabas, me observabas, me escrutabas el alma tras el jade con una falsa timidez, al igual que yo hacía lo propio, miraba dentro de ti, como el aventurero que desea explorar algo nuevo y maravilloso. Ambos lo sabíamos. Nos habíamos reconocido. Sabía que no podíamos huir, sin más. Habían cambiado algunas cosas… así que… te di mi número. Para que vinieras a por mí cuando quisieras, o… si querías que yo fuera a por ti. Tú lo aceptaste de buen grado, pero cuando estabas copiándolo… ellas comenzaron a destruirlo todo. Comenzó nuestro mundo gris a desvanecerse, destruyéndose, convirtiéndose en el humo gris que era. Pero tú eras color, y yo era parte de ti. Fuimos los últimos en desaparecer, ellas te llamaban, te llevaban consigo. Pero nos despedimos, con un beso y la esperanza de volvernos a ver.
            Me desperté, con las cosas más claras. Con algo que había renacido en mí. Comprendí la verdad oculta durante todo este tiempo, empecé a ver las cosas despejadas de las nieblas de la nostalgia. Habían pasado casi diez años desde que renunciara a ti. Han pasado muchas cosas en estos años, desde que te conociera como un monstruo como yo y huyera. Pero… volviste. Esta vez no hui. Esta vez fui yo quién fui a por ti y no al revés. ¿Será que he aceptado lo que soy? ¿Será que no me importa que compartamos esa maldición? No sé muy bien porqué escribo esto, pero… si llegases a leerlo. Si llegases a saber de mí… no vuelvas a hacerme esperar tanto. Si pudiste copiar mi número, si sientes lo mismo… hazlo. Ahora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario