martes, marzo 25, 2014

Sólo soy un perdedor

                 Es lo primero que pienso cuando me paro a pensar seriamente sobre mí. Cada mañana me despierto de un mundo mejor del que estamos y miro mi reflejo viendo todas mis derrotas. Todos mis fracasos, todas mis decepciones. Todas aquellas cosas por las que luché, por las que creí que estaba obrando bien. Gente por la que aposté, gente por la que perdí. Me miro de arriba abajo, aún en ropa interior en el mejor de los casos y no logro verme el atractivo. Un tipo feucho, bajo, peludo, y lleno de cicatrices me devuelve la mirada y esa expresión triste en sus ojos. Esa expresión y esa cara que solo alguien acostumbrado a fracasar podría darte. Pero me fijo mejor. Cicatrices. Veo la gran cicatriz que atraviesa mi cuerpo, enroscándose en mi esternón, arañándolo una serpiente a una presa moribunda que espera su último aliento. Y no puedo otra cosa que sonreír. Pues esa cuándo veo eso no veo todo lo malo que he pasado. No recuerdo el dolor, la pena, la desesperación o la agonía que sólo la muerte es capaz de enseñarte. Veo un triunfo, una superación. Veo el trofeo de mi lucha constante contra la vida. Sigo avanzando, subiendo la mirada hasta darme cuenta que aquél tipo de alma triste ahora posé media sonrisa, mezcla de orgullo y arrogancia. Subo hasta aquellos ojos que cual pozos negros te hunden en la más absoluta negrura. A un abísmo de color ébano dónde podrían perderse hasta los más osados. Una sensación de profundidad, de desolación, de soledad recorre en ese momento mi espina dorsal hasta que veo algo. Una pequeña luz se entrevé al fondo. Un atisbo de un alma combativa se aparece, haciendo que aquello que era negro, ahora sea gris. Qué se torne de un color marrón oscuro que solo las cosas vivas pueden poseer. Y es que incluso en aquello que solemos ver cómo problema, muchas veces viene con una solución al lado que nuestros miedos no nos dejan ver. Observo su rostro. Cicatrices en la frente, de cuando era un crío y se calló de una verja de cabeza contra el suelo. Cicatrices en las muñecas, en el cuello, huellas imborrables de superación constante, de una lucha por un futuro mejor que el pasado que intenta dejar atrás. Y es imposible no volver la vista atrás y encontrarse con el dolor en su estado más puro. En la tristeza, en la desolación. En todas las cosas que el mundo guarda que son capaces de encoger de terror el alma de la persona más valiente. Pero la valentía sólo se demuestra cuando tenemos miedo. Cuándo estamos solos, perdidos y el instinto de supervivencia te sugiere renunciar, rendirte y correr. Huir de todo. Pero es sólo una trampa más que el mundo te pone para que fracases. Eso es sólo el engaño de aquello que parece insuperable, de que te has rendido antes de luchar. Por suerte yo no soy así. Hay una cosa que me caracteriza y quizá sea un poco absurda pero: Soy el guardián de las causas perdidas. Soy el luchador de todo aquello que parece imposible. Pues ya está bien de ver todo negro. Es cierto. Soy un perdedor. Me gusta sentirme solo, pues me siento arropado en la soledad. Sé que no soy el mejor en las cosas que hago. Qué hay mil tipos que hacen las cosas mejor que yo, con mejores oportunidades y esa pizca esencial de suerte que hace triunfar a las personas. Pero soy yo. Quizá sea sólo un hombre pero estoy dispuesto a revelarme contra la vida. Ese ser inconstante y permanente que nos lanza desafíos cada día. Qué nos humille, nos tortura, nos hace bulling cuando nosotros sólo queremos vivir tranquilos. Sí, puede que sea un perdedor, pero soy un perdedor que lucha. Qué se defiende de los abusos constantes que este mundo oscuro nos plantea cada día de nuestra vida. Y ya no sólo lucho por mí. No sólo lucho por el claro egoísmo que la raza humana me hace poseedor. Lucho por todos aquellos que un día apostaron por mí. Por aquellas personas que he decepcionado y decepcionaré. Por los que me quieren, por los que me apoyan y saben que sólo daré mi brazo a torcer cuando esté torcido y moribundo. Lucho por dar ejemplo de que se puede cambiar. Qué se puede luchar y conseguir cosas que a priorí parecían imposibles. Lucho con todo lo que tengo. Con toda la pasión, la fuerza. Con todo mi alma para superar cada adversidad que esta puta vida me pone a mi alrededor. Cada cicatriz, cada herida, cada marca que deja en mi piel mi existencia sólo me recuerda que aún no he ganado la guerra. Qué sólo soy un perdedor más en un mundo lleno de perdedores. Pero hay algo que la vida no sabe, ni se ha dado cuenta. Voy a seguir luchando hasta que mi alma expire. Hasta que mi cuerpo muera. Hasta mi último aliento. Pues, parafraseando al guión de una serie de televisión, esto no es más que la gran lucha entre la luz y la oscuridad. Cuándo elevamos la vista al cielo y vemos todo negro, nos damos cuenta que parece la oscuridad va ganando la batalla. Qué es imposible que la luz venza en ninguno de los casos. Pero si nos quedamos quietos, observando la oscuridad. Nos damos cuenta de que hay más estrellas en el cielo de las que pensábamos. Qué poco a poco el velo negro de la noche es un poco más colorido. Puede que esa lucha dure eternamente, pero a mi forma de ver, son las estrellas las que van ganando.

3 comentarios:

  1. me encanta, nunca dejes de luchar

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  2. Nada es absoluto, la pérdida esta en función de la importancia puesta en lo que se cree perder o fracasar. Todos fracasamos en algo y pero triunfamos en más cosas de las que tenemos constancia.

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