El viento soplaba un día más entre
los árboles del bosque como solo soplaba en aquella época del año: el otoño. El
gélido aire de las primeras horas del día hacía que las hojas casi secas de los
árboles crujieran, silbaran y susurraran dando más vida al bosque de lo que ya
solía tenerla de por sí. Pues aquello estaba lleno de flora y fauna que vivía y
habitaba con frecuencia aquellas tierras, en busca de la calidez y el confort
que daba el bosque. Pero aquella mañana
era diferente. Algo en el viento se notaba... diferente. Un aroma extraño,
suave, destilado, y casi imperceptible comenzaba a deambular por el bosque
dando una sensación de intrusión no deseada en aquel santuario de paz. A simple
vista no parecía que nada raro pasara por aquellas tierras. El sol iba
ascendiendo en lo alto de las montañas, las aves comenzaban a levantar el vuelo
en busca de presas y las criaturas del bosque empezaban sus ciclos de vida
diurnos. Pero a cualquier criatura con un buen sentido del oído no era raro
saber que había cambiado ese día en particular respecto a los otros. Las ramas
caídas de los árboles, depositadas en el suelo al azar entre la cada vez menor
maleza de aquél escenario natural, crujían y se rompían de una forma poco
natural. De una forma que sólo un animal puede llegar a hacer: el ser humano. Entre
los árboles y su vegetación se hallaban varios hombres que vestían atuendos de
camuflaje y se movían con sigilo, o al menos lo intentaban. Pero a pesar de sus
aspectos rudos y sus equipos que denotaban profesionalidad, la forma de moverse
por el entorno delataba que no eran más que cuatro aficionados que habían
decidido ir a cazar allí. Se movían buscando de forma sistemática, buscando una
presa. Por la forma de desplazarse, por la forma de buscar un rastro, de hablar
entre murmullos y señas era de entender que aquello que buscaban ni debía de
estar demasiado lejos. Olían el ambiente, miraban en troncos y ramas señales de
algún indicio que les indicara que preciado trofeo andaba cerca. Que la pobre
criatura había cometido algún error.
El tiempo pasaba y el sol ya
brillaba severo en lo más alto del cielo indicando a los habitantes del bosque
que el mediodía había comenzado. La batida, cansada de una mañana de búsqueda
infructuosa se dirigía hacia el bosque que dividía y nutría la foresta por la
mitad. El explorador que iba adelantado se paró en seco e hizo un gesto brusco
a sus compañeros. Los cazadores se pararon en seco y observaron allí dónde éste
les indicaba. Cerca de la orilla del río, entre las aguas poco profundas del
río se encontraban dos especímenes del animal que estaban buscando. Un macho y
una hembra parecían beber y asearse en aquel tramo tranquilo del lecho fluvial.
Tuvieron que contener los gestos de júbilo y regocijo conformándose a sonreírse
entre ellos. Al final, el deseado momento había llegado. Uno de ellos levantó
su rifle, apuntando a uno de los ejemplares. A estos animales se les podía
distinguir su sexo a distancia, sabiendo que el que tuviera mayor pelaje solía
ser el macho mientras que la hembra solía tener su pelaje más concentrado en zonas
para usarlas de protección. La mirilla apuntó a la cabeza del macho. Por un
momento, el bosque entero pareció detenerse. Durante un breve instante, ni los
pájaros cantaban, ni los mosquitos zumbaban, ni los latidos de los tres hombres
y el tirador parecieron escucharse. Hasta la respiración de los hombres y los
animales pareció menguar durante ese breve periodo de tiempo en el cual el
tirador apretaba el gatillo. Un momento de paz antes de que la explosión de la
pólvora y su brutal estruendo sacara a todos del pequeño limbo donde se habían
metido. Las aves en una hectárea a la redonda volaron presagiando la trágica
estampa. El tiro había sido certero, la bala había entrado por el cráneo
atravesándolo limpiamente, tiñendo el río del rojo de la sangre de la bestia.
Los cazadores profirieron un grito de júbilo que ahogó el grito agónico de la
otra presa al ver que su compañero había muerto. Ella fue rápida y salió
corriendo, dejando que sus perseguidores maldijeran por su ineptitud.
A partir de entonces fue todo muy
precipitado. Los cazadores empezaron a seguir a la su presa, intentando no
perderla de vista. Pronto la tupida maleza dejó a uno atrás mientras que el
resto intentaba seguir las huellas y gotas de agua que iba dejando entre la
maleza. Uno de los hombres se aventuró a realizar un par de tiros, probando
fortuna desde la lejanía. Al cuarto tiro un sonido que clamaba dolor resonó
entre las secas hojas de los árboles como si hubiera sido el lamento del cañón
del rifle al disparar. Ahora ellos jugaban con ventaja. Ahora sabían que estaba
herida. Sólo era cuestión de tiempo que sus fuerzas fueran manando de la herida
cómo si fuera sangre. Sólo era cuestión de tiempo que se cansara de luchar, que
se cansara de correr, de esconderse y se rindiera a sus perseguidores. Sólo era
cuestión de tiempo.
Pero el tiempo pasó rápido y no fue
hasta casi la puesta del sol cuando los cazadores dieron con su presa. Peinaron
gran parte del bosque buscando indicios de dónde se había escondido. De dónde
había arrastrado su malherido cuerpo en busca de cobijo. Pero las manchas de
sangre delataron su guarida. La falta de tacto para ocultarse, y el agotamiento
extremo al que se había visto sometido hicieron que callera rendida en aquella
madriguera entre las raíces de las grandes secuoyas. Los hombres encontraron al
fin su presa, sonriendo y no dejando opción para la escapatoria. Uno de ellos
sacó un teléfono móvil y comenzó a hablar:
-Los
hemos encontrado. Ella está herida y él se resistió y tuvimos que acabar con
él. Sí señor. En seguida.
Tras colgar el teléfono dio una
señal a sus hombres y estos se abalanzaron sobre la mujer desnuda, herida e
indefensa marcando en el bosque una historia más. Una historia sobre los
animales que habitan este mundo cruel. Sobre cómo no hay piedad ni entre los
seres de una misma especie. Al igual que las serpientes son capaces de comerse
unas a otras, el hombre... es lobo del hombre.
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