sábado, junio 07, 2014

La caza


            El viento soplaba un día más entre los árboles del bosque como solo soplaba en aquella época del año: el otoño. El gélido aire de las primeras horas del día hacía que las hojas casi secas de los árboles crujieran, silbaran y susurraran dando más vida al bosque de lo que ya solía tenerla de por sí. Pues aquello estaba lleno de flora y fauna que vivía y habitaba con frecuencia aquellas tierras, en busca de la calidez y el confort que daba el bosque.  Pero aquella mañana era diferente. Algo en el viento se notaba... diferente. Un aroma extraño, suave, destilado, y casi imperceptible comenzaba a deambular por el bosque dando una sensación de intrusión no deseada en aquel santuario de paz. A simple vista no parecía que nada raro pasara por aquellas tierras. El sol iba ascendiendo en lo alto de las montañas, las aves comenzaban a levantar el vuelo en busca de presas y las criaturas del bosque empezaban sus ciclos de vida diurnos. Pero a cualquier criatura con un buen sentido del oído no era raro saber que había cambiado ese día en particular respecto a los otros. Las ramas caídas de los árboles, depositadas en el suelo al azar entre la cada vez menor maleza de aquél escenario natural, crujían y se rompían de una forma poco natural. De una forma que sólo un animal puede llegar a hacer: el ser humano. Entre los árboles y su vegetación se hallaban  varios hombres que vestían atuendos de camuflaje y se movían con sigilo, o al menos lo intentaban. Pero a pesar de sus aspectos rudos y sus equipos que denotaban profesionalidad, la forma de moverse por el entorno delataba que no eran más que cuatro aficionados que habían decidido ir a cazar allí. Se movían buscando de forma sistemática, buscando una presa. Por la forma de desplazarse, por la forma de buscar un rastro, de hablar entre murmullos y señas era de entender que aquello que buscaban ni debía de estar demasiado lejos. Olían el ambiente, miraban en troncos y ramas señales de algún indicio que les indicara que preciado trofeo andaba cerca. Que la pobre criatura había cometido algún error.
            El tiempo pasaba y el sol ya brillaba severo en lo más alto del cielo indicando a los habitantes del bosque que el mediodía había comenzado. La batida, cansada de una mañana de búsqueda infructuosa se dirigía hacia el bosque que dividía y nutría la foresta por la mitad. El explorador que iba adelantado se paró en seco e hizo un gesto brusco a sus compañeros. Los cazadores se pararon en seco y observaron allí dónde éste les indicaba. Cerca de la orilla del río, entre las aguas poco profundas del río se encontraban dos especímenes del animal que estaban buscando. Un macho y una hembra parecían beber y asearse en aquel tramo tranquilo del lecho fluvial. Tuvieron que contener los gestos de júbilo y regocijo conformándose a sonreírse entre ellos. Al final, el deseado momento había llegado. Uno de ellos levantó su rifle, apuntando a uno de los ejemplares. A estos animales se les podía distinguir su sexo a distancia, sabiendo que el que tuviera mayor pelaje solía ser el macho mientras que la hembra solía tener su pelaje más concentrado en zonas para usarlas de protección. La mirilla apuntó a la cabeza del macho. Por un momento, el bosque entero pareció detenerse. Durante un breve instante, ni los pájaros cantaban, ni los mosquitos zumbaban, ni los latidos de los tres hombres y el tirador parecieron escucharse. Hasta la respiración de los hombres y los animales pareció menguar durante ese breve periodo de tiempo en el cual el tirador apretaba el gatillo. Un momento de paz antes de que la explosión de la pólvora y su brutal estruendo sacara a todos del pequeño limbo donde se habían metido. Las aves en una hectárea a la redonda volaron presagiando la trágica estampa. El tiro había sido certero, la bala había entrado por el cráneo atravesándolo limpiamente, tiñendo el río del rojo de la sangre de la bestia. Los cazadores profirieron un grito de júbilo que ahogó el grito agónico de la otra presa al ver que su compañero había muerto. Ella fue rápida y salió corriendo, dejando que sus perseguidores maldijeran por su ineptitud.
            A partir de entonces fue todo muy precipitado. Los cazadores empezaron a seguir a la su presa, intentando no perderla de vista. Pronto la tupida maleza dejó a uno atrás mientras que el resto intentaba seguir las huellas y gotas de agua que iba dejando entre la maleza. Uno de los hombres se aventuró a realizar un par de tiros, probando fortuna desde la lejanía. Al cuarto tiro un sonido que clamaba dolor resonó entre las secas hojas de los árboles como si hubiera sido el lamento del cañón del rifle al disparar. Ahora ellos jugaban con ventaja. Ahora sabían que estaba herida. Sólo era cuestión de tiempo que sus fuerzas fueran manando de la herida cómo si fuera sangre. Sólo era cuestión de tiempo que se cansara de luchar, que se cansara de correr, de esconderse y se rindiera a sus perseguidores. Sólo era cuestión de tiempo.
            Pero el tiempo pasó rápido y no fue hasta casi la puesta del sol cuando los cazadores dieron con su presa. Peinaron gran parte del bosque buscando indicios de dónde se había escondido. De dónde había arrastrado su malherido cuerpo en busca de cobijo. Pero las manchas de sangre delataron su guarida. La falta de tacto para ocultarse, y el agotamiento extremo al que se había visto sometido hicieron que callera rendida en aquella madriguera entre las raíces de las grandes secuoyas. Los hombres encontraron al fin su presa, sonriendo y no dejando opción para la escapatoria. Uno de ellos sacó un teléfono móvil y comenzó a hablar:
            -Los hemos encontrado. Ella está herida y él se resistió y tuvimos que acabar con él. Sí señor. En seguida.

            Tras colgar el teléfono dio una señal a sus hombres y estos se abalanzaron sobre la mujer desnuda, herida e indefensa marcando en el bosque una historia más. Una historia sobre los animales que habitan este mundo cruel. Sobre cómo no hay piedad ni entre los seres de una misma especie. Al igual que las serpientes son capaces de comerse unas a otras, el hombre... es lobo del hombre. 

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