martes, octubre 13, 2015

Muñeca de trapo




            Llevaba unos días en aquella sala esperando. Tenía el corazón en un puño y las ganas de comer o dormir se habían esfumado como la niebla con un rayo de sol. Hacía exactamente 36 horas que su vida se había parado, se había suspendido en una larga espera que empezaba a ser eterna. Se levantó de la silla, caminando de un lado a otro de la estancia obviando a las demás personas que se encontraban allí, revolviéndose el pelo de la cabeza del nerviosismo, casi sin darse cuenta. Pasaron las horas hasta que por fin alguien dijo su nombre.
            Se acercó a la puerta de la sala dónde un par de médicos le estaban esperando. Lentamente le explicaron como habían intervenido a su hija. Cómo la herida que recibió fue tan grave cómo pensaban y que había tenido suerte de que él estuviera cerca para quitarle al Bulldog que se había abalanzado sobre su pierna. En definitiva, si no hubiera sido por él, puede que hubiera sido el final de la pequeña. No obstante, no todo eran buenas noticias. La pequeña había perdido una pierna. Su padre, preocupado ante aquella revelación pidió verla. Quizá era aún algo pronto pues la operación no había sido hace mucho pero él necesitaba ver a su princesita. Los médicos se miraron entre si y accedieron, pues la situación actual de la pequeña no era precisamente buena.
            Avanzaron por los sinuosos pasillos del hospital, saliendo de la sala de espera y adentrándose por los quirófanos hasta llegar a la UCI. Allí el médico que le había acompañado le fue comentando que habían intentado explicarle a su hija la situación, pero que al ver su nuevo estado, esta había entrado en shock y no había dejado de llorar desde entonces. Su padre no necesitó escuchar más y entró por la puerta casi dejando a su interlocutor con la palabra en los labios. Cuándo se adentró en la habitación, intentó no impresionarse por la cantidad de aparatos y máquinas que estaban conectadas a su hija. Para él seguía siendo la dulce niña de cabellos dorados que había sobreprotegido desde que su madre los dejó. Su hija al verlo comenzó a llorar desconsoladamente. El se acercó y la abrazó con ternura. Descolgó la pequeña mochila que llevaba en la espalda y sacó un pañuelo, secando las lágrimas de su hija.
            -¿ Por qué lloras mi niña? ¿Has vuelto a soñar con ese monstruo azul que te persigue por el bosque de estrellas?
            La niña negó con la cabeza y señalo tiritando su pierna. Destapó las sábanas dejando ver el hueco en dónde debería estar su extremidad. La niña empezó a hablar entre sollozos pero su padre la interrumpió.
            -Bueno princesa. Encontraremos una solución para eso. Hablaremos con los médicos y mientras pediré la baja en el trabajo. Podemos llamar a tus amigas para que vayan a verte a casa y...
            La niña hizo callar al padre poniéndole la mano en su boca. Luego se acercó a él buscando un abrazo. El padre correspondió, resultando aquella situación más difícil aún de llevar. Pero tenía que ser fuerte. Tenía que mantener la compostura para poder calmarla. Aunque todos estos pensamientos se esfumaron cuando la pequeña comenzó a hablar en voz quebrada.
            -Ya... ya no me querrás igual. Me falta.... Estoy rota. Mamá no me querría igual.
            Con lágrimas en los ojos el padre se separó de su hija y negó con la cabeza con una sonrisa. Buscaba entre la mochila algo mientras hablaba intentando mantener a duras penas las lágrimas en sus ojos.
            -Sabes que te quiero, y siempre lo haré. Seas cómo seas, te pase lo que te pase. Y sabes que tu madre siempre estará orgullosa allá dónde esté. Puede que pienses que porque te falte un poquito de pierna no te quiera igual pero no es verdad.
            La niña quiso replicar pero entonces el padre sacó de la mochila lo que estaba buscando: una pequeña muñeca de trapo. Se notaba que el paso del tiempo se había cobrado su precio en ella. Estaba deshilachada, y le faltaba uno de los botones que hacían de ojos, pero la pequeña sonrió nada más verla.
            -Sabes que Erika ha tenido mejores momentos y la hemos visto más guapa en otras ocasiones. Pero a pesar de todo ella ha venido a verte. Al igual que yo. Antes tenía sus dos ojitos, y estaba más gordita pues el peluche de su interior no se había ido cayendo por los agujeros. Pero... ¿Acaso no la quieres cómo el primer día?
            La pequeña sonrió pues había entendido lo que quería decir su padre. Fue ella misma quien cogió el pañuelo que tendía su padre y se secó las nuevas lágrimas que habían brotado hacía poco de sus ojos. Al final, tras mirar a Erika y a él, los abrazó, manteniendo aquella sonrisa de esperanza en sus pequeños labios.

           

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