martes, noviembre 27, 2018

La reina de hielo


—Ven, te lo mostraré
Los dominios de la reina de hielo eran tan hermosos como aterradores. Todas las historias que contaban sobre ella y su poder eran pocas comparadas con lo que se podía ver a simple vista. Avanzaron por la estepa helada, en silencio, como si la más mínima palabra pudiera romper algún carámbano helado o algún tipo de armonía en aquel lugar.
Tras avanzar y avanzar, se comenzó a vislumbrar un castillo enorme en medio de aquel paraje. Blanco como la nieve de un estilo bastante regio, sin florituras ni adornos innecesario. Fue entonces cuando la mujer comenzó a hablar.
Muchos han venido hasta aquí en busca del mismo poder que tú. Un poder que no os pertenece a ninguno de vosotros y la mayoría, como veras, han servido a un propósito mayor que sus propias ambiciones o anhelos.
Al entrar en el castillo, estatuas de hielo de hombres y mujeres adornaban las paredes desnudas de las estancias. Una alfombra desgajada marcaba el camino a seguir. La mujer miró por encima del hombro, con una media sonrisa.
Veo que aún sigues detrás. Bien. Eso te honra, aunque esta última no da de comer a nadie. No paras de sorprenderme y si te soy sincera, hacía tiempo que nadie llegaba tan lejos como lo has hecho tú. ¿Sabes? Me sorprendiste cuando te intercepte. Así que quieres mi poder para sanar. Curioso. La mayoría de la gente tiene otros planes menos… diplomáticos.
La luz del día entraba por estrechos ventanales en lo alto de las paredes, filtrando la luz con los tonos grisáceos de las cristaleras. A medida que avanzaban por el castillo, los ventanales empezaban a escasear. Ella chasqueó los dedos, y una luz fatua se encendió en todos los pasillos y habitaciones tiñendo la estancia de un frío azul fantasmal.
Pero aquí sigues. Detrás de mí. Siguiéndome como un animal perdido en busca de cobijo. Los humanos tenéis esa extraña capacidad de sorprenderme de vez en cuando. Las convicciones más fuertes son aquellas que nacen de la supervivencia de vuestra especie, sobre todo cuando se trata de proteger a otros seres de vuestro núcleo más cercano. Te sorprendería cuán rápido se ha quebrado la voluntad de los hombres cuando solo buscaban gloria o fama, cuando anhelaban el poder de alzarse sobre los demás. Pero tu…
            Llegaron ante un gran portón cerrado, que no tardó en abrirse cuando la reina de hielo se paró en seco delante. Con una rapidez y presteza que parecían sobrehumanas, como si aquel objeto inanimado no quisiera hacer esperar a su dueña, tal vez por respeto, tal vez por miedo. La estancia, aunque amplia, era igual de paupérrima y descuidada como el resto del edificio, aunque un poco más adornada. Varios candelabros iluminaban la habitación abovedada con aquel fulgor blanquecino que no emitía calor alguno. Ella anduvo sin presteza, sin esperar a que la siguieran. Se fue hacia un trono helado, y se sentó para poder devolver la mirada a aquella alma perdida.
            Tú quieres mi poder para sanar. Para curar las heridas que una vez te hicieron los de tu raza. Quieres el poder para mirar al pasado sin temblar de miedo al recordar, para que el frío seque tus lágrimas que se forman en tus ojos cuando recuerdas aquellos momentos que hoy se han vuelto agridulces. Me dijiste que piensas que el frío calmará los dolores, que dejará de picarte esa sensación de impotencia ante la imposibilidad de cambiar el pasado. Me resulta extraño, pues los tuyos son más de quemar todo aquello que consideran indigno: desde los despojos hasta las heridas. Y vienes a mí, sin nada que ofrecerme queriendo congelar todo aquello que una vez te hizo tanto daño como felicidad. Para poder dejarlo atrás y seguir adelante te has adentrado en mis tierras heladas de las que solo muerte se puede conseguir con un fin que está a medio camino de ser noble como egoísta.
            Mientras hablaba en la cabeza de la reina se había formado una corona de escarcha, que recogía y realzaba su melena blanca. Sus ojos se habían estrechado como los de una serpiente concentrada en dar caza a su presa y había adquirido un extraño brillo azulado como los de un gato a media noche. En su mano derecha parecía acumularse una energía blanca en un remolino redondo que más que magia parecía una tormenta de nieve y hielo, extendiendo aquella mano a su visita. Con una sonrisa maliciosa prosiguió hablando.
            Si así lo deseas, adelante. Acércate y toma el poder necesario para hacer aquello que anhelas, para cristalizar esos momentos y poder dejarlos atrás, pudiendo recordarlos como meros adornos que rellenan tu casa. Pero te advierto que las consecuencias son mucho peores de las que tú te piensas. Con el tiempo, comenzarás a sentir el frío de tu propio poder. Con el tiempo, aquello que una vez conseguía calentar tu cuerpo humano dejará de hacerlo, rodándote de la frialdad suficiente para que no vuelvan a dañarte. Y es que, con el tiempo, este pequeño poder que te doy, junto con tus anhelos y deseos serán tu propia ruina y acabarás perdiendo todo aquello que amas por algo tan sencillo como que deje de importarte. Con el tiempo, aunque no haya cambios en tu físico, la gente comenzará a sentir el frío que te rodea y se alejará, aislándote en un remoto trozo de tierra que llamarás hogar para darle algo de la calidez que carece. Con el tiempo, ese poder que creías necesario hará que los tuyos te consideren un monstruo despiadado tan solo por no ser lo suficientemente fuerte para sufrir, por querer aprender sin sentir dolor. ¿Quieres parte de mi poder? Ven, te ofrezco la parte necesaria para llevar a cabo tus planes, pero quiero que seas consciente de lo que esto conlleva. ¿Y bien? ¿Lo sigues queriendo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario