Muchas
veces volvemos la vista atrás y miramos por todo lo que hemos pasado, todo lo
que hemos vivido. Experiencias, dificultades, éxitos, fracasos y decepciones.
Se podría decir que cada uno de nosotros somos todo aquello que hemos vivido,
sufrido y amado en nuestras propias carnes. Pero... ¿es esto cierto? ¿Cuánto de
lo que llamamos nuestra experiencia propia es de forma indudable nuestra?
Aunque
a muchos les pese, somos seres sociables. Quizá demasiado sociables, y tendemos
a personalizar y encarnar lo que se podría denominar como experiencias ajenas.
Puede que nosotros no hayamos sufrido un cáncer, o una enfermedad tan terrible
como esa por nosotros mismos, pero seguramente conocemos a personas que sí.
Nosotros, con suerte, no hemos vivido guerras, hambre, miserias o penurias,
pero con toda seguridad alguien en nuestro entorno ha pasado por una situación
parecida. ¿Por qué entonces tendemos a afrontar todas esas cosas como propias?
Damos consejos como si hubiéramos afrontado, perdido o ganado todas esas
batallas que hemos vivido como meros espectadores. Como entes sociales
mezclamos nuestra propia realidad con el entorno. Nos confundimos, camuflamos,
mimetizamos y sintetizamos todo aquello que apreciamos o empatizamos de tal forma que nos
llega a confundir nuestra percepción. ¿Pero hasta dónde llegamos en nuestra
locura de experiencias colectivas?
Llegamos
muy lejos, demasiado lejos. Pues no sólo se nos mezcla en nuestras vidas las
ajenas, si no las vidas que no existen. No, no me he vuelto loco querido
lector. La ficción, la fantasía y nuestras propias ensoñaciones tienen mucho
que ver con este proceso. ¿O es que acaso te volverías loco ante situaciones
irreales como un apocalipsis zombi, o el ataque de una raza alienígena? Piensa
en tu forma de actuar en una situación de riesgo como esa y piensa de qué forma
actuarías si no dispusieras de toda la información que la narración actual te
ha brindado. Y ya no sólo en casos improbables como esos. Piensa en situaciones
cotidianas, de series o películas más cercanas a la realidad. ¿Perderías el
norte de la misma forma que lo perdería alguien que no tuviera ese bagaje
cultural? Y querido lector, estoy seguro que no has experimentado ninguna de
las vivencias que pasan en tus series, videojuegos o libros favoritos. O al
menos en una buena parte de ellos. Pero... ahí está, la experiencia. Una idea
de cómo adaptarías tus acciones a una situación completamente fuera de lugar.
¿Te
atreves ahora a decirme que somos nuestras propias experiencias? No, de hecho,
casi nadie se atreve a mirar sólo en su propio interior, en sus propias
experiencias. Suelen ser tan pocas y tan desagradables que las obviamos,
fomentando aún más nuestra necesidad de saber y conocer las experiencias,
reales o no, de otros. Y es así como en este país, por ejemplo, los programas
de televisión que más se ven son sobre cotilleos. Sobre la vida de los otros.
Es así como en época de crisis, el cine o la literatura han aumentado sus
ventas. Nos escudamos ante otras realidades muy diferentes a la nuestra para no
encarar las cosas con nuestra ínfima experiencia, pues a veces, no es
suficiente.
¿Cuándo
nos hemos vuelto tan cobardes? ¿Desde qué época de nuestro pasado reciente
hemos decidido escudarnos en la que nos rodea para solucionar los problemas?
Somos unos cobardes sociales. Si algo nos ha enseñado la botánica es que los
problemas han de solucionarse de raíz. Y me atrevo a decir que más de un 85% de
nuestros problemas tienen una raíz en nosotros mismo. Pero aún así seguimos
buscando esa narración que nos evada, que nos haga sentirnos identificados.
¿Por qué? ¿Acaso es más fácil mirar en la lejanía que las cosas que tenemos
cerca?
Yo hace tiempo decidí dejar de ser un cobarde. Me supero cada día un poco. Es cierto, soy un buen contrincante y a veces, en ocasiones, no puedo conmigo mismo. Pero... aquí sigo, de píe ante el campo de niebla que es la vida. Puedes elegir el camino, pero jamás sabrás lo que ese camino que has elegido te deparará. Quizá te vengan bien un par de consejos para dejar de tenerle miedo a la vida. Primero, es tu camino, tu reinventas tu forma de andar y caminar. Da igual que sepas o no sepas escalar montañas, o atravesar selvas. Puede que no tengas tu propia experiencia en eso pero... la tendrás, y aprenderás de ella, de una forma u otra. No tengas miedo en deshacer lo andado, pues puede que esa marcha atrás y la elección de tu nuevo camino te lleve por mejores senderos que el que habías emprendido. No temas por las sombras, a fin de cuentas ves poco más o menos en la lejanía del futuro. Temer a fantasmas que aún no te han tocado es perder el tiempo. Y quizá lo más importante de todo... nunca dejes de caminar. Da igual en qué dirección pero... no dejes atraparte por las arenas movedizas del tedio o la rutina. Pues será entonces cuando estés realmente jodido.
Yo hace tiempo decidí dejar de ser un cobarde. Me supero cada día un poco. Es cierto, soy un buen contrincante y a veces, en ocasiones, no puedo conmigo mismo. Pero... aquí sigo, de píe ante el campo de niebla que es la vida. Puedes elegir el camino, pero jamás sabrás lo que ese camino que has elegido te deparará. Quizá te vengan bien un par de consejos para dejar de tenerle miedo a la vida. Primero, es tu camino, tu reinventas tu forma de andar y caminar. Da igual que sepas o no sepas escalar montañas, o atravesar selvas. Puede que no tengas tu propia experiencia en eso pero... la tendrás, y aprenderás de ella, de una forma u otra. No tengas miedo en deshacer lo andado, pues puede que esa marcha atrás y la elección de tu nuevo camino te lleve por mejores senderos que el que habías emprendido. No temas por las sombras, a fin de cuentas ves poco más o menos en la lejanía del futuro. Temer a fantasmas que aún no te han tocado es perder el tiempo. Y quizá lo más importante de todo... nunca dejes de caminar. Da igual en qué dirección pero... no dejes atraparte por las arenas movedizas del tedio o la rutina. Pues será entonces cuando estés realmente jodido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario