Es hora
de que pongamos las cosas claras entre tú y yo. Pensé que cuando viniste, te
comportarías como una persona adulta y responsable. Como alguien con dos dedos
de frente que no paga con ponzoña el cariño y la amistad que se le brinda, pero
esto se acabó. Se acabó quedarse de manos cruzadas, se acabó el tragar, se
acabó la amabilidad excesiva o el dar sin recibir nada a cambio. Todo eso que
lo has visto como natural, se acabó. Todos esos privilegios, todas esas cosas
que apreciabas, han de terminarse.
Y es
que te crees mejor que yo. Una persona más inteligente, más lista, más capaz.
Infalible, eficaz, fuerte y poderosa, pero... te equivocas al pensar que estoy
por debajo de ti. Te han fallado tus maravillosos cálculos, te han fallado las
matemáticas, la ciencia y la lógica que has aplicado al caso. Has errado, me
has subestimado y te prometo que te haré pagar el error. Si has llegado hasta dónde
estás, si tienes todo lo que has conseguido, es porque yo lo he consentido.
Porque te he dejado creer, inocente criatura, que podías superarme. Te he
dejado que te aprovecharas de mi amabilidad, de mi bondad y de mi cariño. Pues
todo lo que tienes, todo lo que has cosechado todo este tiempo, lo tienes
gracias a mí. Porque antes, sin mí, no hubieras avanzado tanto. No hubieras
conseguido la mitad de lo que ahora tienes. Pero las cosas van y vienen, y lo
que tan fácilmente te has ganado, tan fácilmente desaparecen. Ya lo decía
Maquiavelo, lo fácil no es conquistar, sino conservar lo conquistado. Y debo
decirte que... sigo vivo.
Te
equivocaste. Pensaste que podías alcanzar las estrellas del cielo. Pensaste que
podrías estar a su altura pero fuiste una persona tan estúpida como para no ver
que esas estrellas que tan accesibles se te mostraban sólo eran el reflejo en
un charco de agua. Pensaste que el lobo que te acompañaba manso cada paso,
jamás podría torcerse en tu contra. Tú, osaste a despertar a un dragón dormido.
Es hora de aclararte las cosas y recordarte lo que ambos ya sabíamos. Eres
quien eres y estás dónde estás porque así lo he deseado.
Pero se
acabó el insultarme en la cara. Se terminó el tiempo en el que te diriges a mí,
dándome consejos, como si fueras una especie de gurú de la ética y la moral. El
tiempo en el que te creías alguien, el tiempo en el que pensaste que tenías el
control de la nave, se acabó. Te voy a recordar quién está al mando aquí. Te
recordaré lo que valgo, lo que has obviado y desde luego, te voy a hacer ver
todas aquellas cosas que no has sabido ver durante todo este tiempo. Ya es hora
que vuelva a ser el capitán del barco, y acabe con tu pequeño motín de poca
monta. Te recordaré lo que es el miedo. El miedo de temer algo que es más
fuerte, más listo que tú. Te recordaré todas aquellas voces que sonaban en tu
cabeza y que has obviado. Voces que te advertían del peligro que suponía
tocarle las narices a alguien como yo. Voces que te decían que yo no era la
clase de persona con la que uno debería meterse.
Soy
mejor que tú. En lo bueno y en lo malo. Más amable, más agradable, más
entregado. Pero también soy más cruel, más abyecto y muchísimo más egoísta. Soy
luz y oscuridad, soy los extremos de la polaridad, soy aquello que amas pero
que puedes llegar a odiar. Así que... te sugiero por tu bien que desaparezcas.
Huyas lo más rápido que puedan correr tus piernas. Vete con temor de la sombra
que puede destruirte. Márchate con el viento a tu espalda de la más terrible de
las tempestades. Desvanécete de mi vida. Puedes quedarte, no te voy a negar
eso. Puedes quedarte y seguir siendo uno más dentro de esta pequeña embarcación
que navega por las aguas de la vida. Quédate pero recuerda tu sitio. Recuerda tu
lugar y escucha a las voces de tu cabeza que te advierten del peligro. Pues la
próxima vez que te interpongas en mi camino. Te juro que te destruiré de la
peor y más cruenta forma que se me ocurra. Y ambos sabemos que tengo una
imaginación asombrosa.
Ahora
toca reparar el barco que tu y los tuyos habéis dañado. Es necesario hacer una pausa para ver si todo
lo que me importa dentro de él sigue intacto. Si hay que sanar o remendar lo
que tu avaricia ha estropeado. Es tiempo de enjatimar todo y poner un rumbo
nuevo. Declarar nuevas metas y volver a la senda que tú, en tu orgullo, hiciste
perder. Es hora de volver a ponernos en marcha. Es hora de volver a ser quien
éramos.
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