jueves, noviembre 28, 2013

La sirenita

            Era un día negro y nublado. La mar estaba embravecida y se hacía difícil salir a navegar con aquel oleaje. Pero debía hacerlo, no podía resistirme a aquella voz que me susurraba a través del viento que fuera a su encuentro. Qué me obligaba a cogerlo todo e ir a su encuentro, sin importar las consecuencias. La barca, una pequeña nave de pesca, iba a ser mi confidente aquella noche tormentosa. Tenía que ser rápido si quería esquivar la inminente tormenta.
            Cuándo me quise dar cuenta, ya estaba navegando a través de las olas furiosas. Presagios que me advertían de la locura que estaba llevando a cabo. La voz me guiaba. La voz que provenía del rugido del viento. La voz que se estrellaba en la mar con cada rayo, con cada gota que caía en las fuertes olas. Una voz cálida, sensual, cargada de promesas y anhelos. De sueños, de esperanzas. Una voz que sonaba al hogar. Abrí el medallón de la brújula, para orientarme en la mar. En el compartimiento de al lado, una foto de mi esposa miraba a través del cristal, desaprobando aquella aventura en la que me había metido. Cerré el medallón y suspiré. Aquella dulce voz calmaría todos mis males.
            Pasaron las horas, y había estallado la tormenta. Los focos del barco apenas conseguían iluminar un poco la mar enfurecida. Me sentía como esos aventureros abriéndome paso por la selva, a tajo de machete entre la maleza en busca de grandes tesoros. Pero yo no tenía un machete, ni valor, ni me enfrentaba a misterios ocultos entre árboles milenarios. Estábamos solos, yo con mi barco, abriéndonos paso a trompetazos entre una jungla de olas de agua, y la petaca de vodka para infundirme el valor que me faltaba. El valor para ir hacia la melodiosa voz que sonaba en mi cabeza. Dulce, sensual, prodigiosa. Era ella la que me empujaba a saltar del precipicio. La que me había sacado de la cama para ir en su busca. Por ella, parecía que merecía la pena jugarse el pellejo.
            Amanda, o como quiera que llamase al barco cuando lo compré, resistía a duras penas los envites que la mar le propiciaba. El vodka se había acabado, y mis esperanzas por encontrar a la portadora de tal prodigiosa voz se escapaban, cuando a lo lejos, la luz de un faro me devolvió la esperanza. Parecía extraño pues los mapas de navegación no decían nada de que allí hubiera construido uno. Quizá la marea me hubiera desviado más de lo que pensaba. Viré todo a estribor para poner rumbo a la única salida que tenía de salir de aquella locura. Al cambiar de rumbo, una ola más fuerte de lo normal golpeó con fuerza a la embarcación, haciendo que se apagara el generador eléctrico. Tuve que avanzar hacia allí, con la luz que emitían los rayos. Con cada yarda que avanzaba, la luz parecía convertirse en sonido. Un sonido dulce y angelical... el sonido de la voz divina. Sonreí. Por fin la suerte comenzaba a iluminarme. La voz comenzó a envolverme, a embriagarme con su melodioso eco, pasando de luz, a sonido, y de sonido a mi sangre. Cerré los ojos, extasiado. Sonriente. Al fin lo había conseguido.
            Al volver a abrirlos allí estaba ella. Llamando, haciendo un gesto para que fuera. No dudé en poner a Amanda a pleno rendimiento. No dude en ponerme el chubasquero y salir a Proa para verla de cerca. Era bella como la nieve en invierno. Sus ojos azules recordaban a la mar en sus mejores tiempos. En ellos te podías perder, encontrar... podías incluso vivir de ellos si te lo propusieras. Observé su pálida tez y su piel blanca como la espuma. Suave, salada, de esas veces que invitan al baño en la arena y aquellas escamas... ¿Escamas?

            Un rayo me sacó de mi aturdimiento iluminándome la zona. La mujer se sostenía entre unos riscos de rocas afiladas en mitad del mar. Su cuerpo... el segundo rayo me dio una perspectiva real de su cuerpo. Su cuerpo monstruoso estaba formado por una cola que ni los cachalotes podrían haber imaginado. Y esa lengua... esos dientes adornados en aquellos dulces y apetecibles labios morados. Intenté frenar la barca, pero ya era tarde. Me tenía atrapado en su hechizo. En los brazos de aquél fatídico desenlace. Para cuando me quise dar cuenta, mi sangre roja hacía juego con sus lánguido cabello. Cerré los ojos y esperé, deseando que la criatura, acabará pronto de devorarme. 

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