El pequeño animal corría veloz entre las hierbas altas,
mientras a no muchos metros los perros de presa ladraban furioso. El retumbar
del suelo precedía al pequeño tropel de jinetes que precedía a los canes. Eran
caballeros aspirantes de Equitania, solo los elegidos por el Duque de la región
occidental del reino. Como cada año, nuevos jinetes aspiraban a servir al cargo
del regente local y aquella competición de la caza del zorro era una de las
pruebas que debían superar.
La comitiva del gobernante iba detrás del pelotón de
novatos, formada por caballeros más experimentados, su mujer y su castellano.
Este, miró nervioso a su señor y le recordó lo que todos ya sabían:
—Mi… mi señor… Nos estamos adentrando en terreno hostil.
Sus tierras quedaron atrás hace ya…
Con un gesto que podría interpretarse como arrogante lo
hizo callar. Bajó despacio la pesada maza que portaba y sacó de entre su
armadura el distintivo del rey. Lo tocó repetidamente antes de espetar.
—Actúo bajo la protección del Rey. Nada malo nos va a
pasar mientras estemos bajo su bendición.
El castellano apartó la vista de su señor y murmuró por lo
bajo para quitarse de preocupaciones. A veces pensaba que su señor debía tener
un poco más de humildad en vez de tanta osadía. No obstante, no pudo evitar
acabar entrando en el oscuro bosque en busca de la presa.
La maleza le servía al pequeño animal para esconderse de
sus perseguidores. Una y otra vez parecía dejar a los perros atrás cuando
pasaba por arbustos, rosales o raíces de árboles. Pero los perseguidores,
incansables, seguían haciendo sonar su cuerno cuando los animales encontraban
el rastro del zorro y se lanzaban a por el en una persecución incansable. El
zorro conocía aquellos parajes, sabía por dónde esconderse y a quién pedir auxilio.
Una de las ramas de un árbol cercano se elevó ligeramente, dándole cobijo a una
madriguera subterránea. La ayuda había llegado.
Los caballeros aspirantes empezaron a ponerse nerviosos.
Los perros olisqueaban en todas las direcciones en busca de la presa, pero
parecía haberse esfumado entre la vegetación. Conocían poco al Duque, lo
suficiente para saber que si movía su pesada maza de una mano a otra empezaba a
perder la paciencia. Y sabían que sin ella su promoción a caballeros del reino
estaba más que descartada. Una sombra pasó veloz entre los matorrales, y tras
un retumbar del cuerno de guerra empezó nuevamente la persecución.
Los caballos emprendieron el galope adentrándose aún más
en el espeso bosque. El castellano azuzaba su caballo, notando un ambiente
enrarecido. La caza duraba más de lo que debería y la luz del bosque parecía
menguar. Las ramas de los árboles parecían arañarle a su paso entre ellos, como
queriendo que no se adentrara más en dominios que no les pertenecían. No había
nada de lo que preocuparse, se repitió, tenemos la bendición del rey.
La
comitiva se paró bruscamente, al llegar a un claro dentro del bosque. Los
perros rugían con la cola entre las piernas mientras que los aspirantes se
miraban unos a otros. El zorro estaba en lo alto de una suave pendiente. Les
miraba de frente, como esperándolos. Algo extraño y antinatural desprendía
aquel animal, pensaba el castellano. Parecía más fuerte, más grande, con una
aurora amenazadora. El Duque comenzó a lanzar maldiciones a los aspirantes,
adentrándose en primera fila. Estaba enfadado y furioso.
Solo
el castellano se fijó en como el zorro empezó a crecer hasta ponerse sobre dos
piernas. Solo él vio la forma hibrida como antinatural del cambiante mitad
zorro, mitad elfo. Solo él se dio cuenta de la sonrisa perversa que adoptó
antes de aullar con fuerza al aire. Solo entonces todos fueron conscientes de
dónde se habían metido.
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