jueves, marzo 09, 2017

La caza del zorro




            El pequeño animal corría veloz entre las hierbas altas, mientras a no muchos metros los perros de presa ladraban furioso. El retumbar del suelo precedía al pequeño tropel de jinetes que precedía a los canes. Eran caballeros aspirantes de Equitania, solo los elegidos por el Duque de la región occidental del reino. Como cada año, nuevos jinetes aspiraban a servir al cargo del regente local y aquella competición de la caza del zorro era una de las pruebas que debían superar.
            La comitiva del gobernante iba detrás del pelotón de novatos, formada por caballeros más experimentados, su mujer y su castellano. Este, miró nervioso a su señor y le recordó lo que todos ya sabían:
            —Mi… mi señor… Nos estamos adentrando en terreno hostil. Sus tierras quedaron atrás hace ya…
            Con un gesto que podría interpretarse como arrogante lo hizo callar. Bajó despacio la pesada maza que portaba y sacó de entre su armadura el distintivo del rey. Lo tocó repetidamente antes de espetar.
            —Actúo bajo la protección del Rey. Nada malo nos va a pasar mientras estemos bajo su bendición.
            El castellano apartó la vista de su señor y murmuró por lo bajo para quitarse de preocupaciones. A veces pensaba que su señor debía tener un poco más de humildad en vez de tanta osadía. No obstante, no pudo evitar acabar entrando en el oscuro bosque en busca de la presa.
            La maleza le servía al pequeño animal para esconderse de sus perseguidores. Una y otra vez parecía dejar a los perros atrás cuando pasaba por arbustos, rosales o raíces de árboles. Pero los perseguidores, incansables, seguían haciendo sonar su cuerno cuando los animales encontraban el rastro del zorro y se lanzaban a por el en una persecución incansable. El zorro conocía aquellos parajes, sabía por dónde esconderse y a quién pedir auxilio. Una de las ramas de un árbol cercano se elevó ligeramente, dándole cobijo a una madriguera subterránea. La ayuda había llegado.
            Los caballeros aspirantes empezaron a ponerse nerviosos. Los perros olisqueaban en todas las direcciones en busca de la presa, pero parecía haberse esfumado entre la vegetación. Conocían poco al Duque, lo suficiente para saber que si movía su pesada maza de una mano a otra empezaba a perder la paciencia. Y sabían que sin ella su promoción a caballeros del reino estaba más que descartada. Una sombra pasó veloz entre los matorrales, y tras un retumbar del cuerno de guerra empezó nuevamente la persecución.
            Los caballos emprendieron el galope adentrándose aún más en el espeso bosque. El castellano azuzaba su caballo, notando un ambiente enrarecido. La caza duraba más de lo que debería y la luz del bosque parecía menguar. Las ramas de los árboles parecían arañarle a su paso entre ellos, como queriendo que no se adentrara más en dominios que no les pertenecían. No había nada de lo que preocuparse, se repitió, tenemos la bendición del rey.
La comitiva se paró bruscamente, al llegar a un claro dentro del bosque. Los perros rugían con la cola entre las piernas mientras que los aspirantes se miraban unos a otros. El zorro estaba en lo alto de una suave pendiente. Les miraba de frente, como esperándolos. Algo extraño y antinatural desprendía aquel animal, pensaba el castellano. Parecía más fuerte, más grande, con una aurora amenazadora. El Duque comenzó a lanzar maldiciones a los aspirantes, adentrándose en primera fila. Estaba enfadado y furioso.
Solo el castellano se fijó en como el zorro empezó a crecer hasta ponerse sobre dos piernas. Solo él vio la forma hibrida como antinatural del cambiante mitad zorro, mitad elfo. Solo él se dio cuenta de la sonrisa perversa que adoptó antes de aullar con fuerza al aire. Solo entonces todos fueron conscientes de dónde se habían metido.

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