martes, diciembre 30, 2014

La fortaleza de cristal

            Había una vez oculto en un escondite alejado de la tierra de los hombres, otro humano que había huido de su civilización para asentarse y buscar su camino. Había encontrado un rincón lo suficientemente alejado, oscuro y gélido para que pocas personas se molestasen si quiera a pasar por allí.
            En ese oscuro lugar, el humano se sentía cómodo. Rodeado de oscuridad, con el frío como abrigo y la soledad como única compañera, aquel ser humano podía dar rienda suelta a todo su potencial, a todo su poder. Empezó por construir una fortaleza gigantesca formada por hielo, cristal e ingenio. La edificación era gigantesca y abarcaba mucho más de lo que se hubiera podido imaginar en un principio. Tanto, que al final los viajeros que al final se aventuraban a ir por aquellas inhóspitas tierras se quedaban con el recuerdo de la fortaleza y no con el recuerdo del lugar o la persona en sí misma. Gran parte de las personas que visitaban aquellas tierras acababan marchándose aterradas por la estructura, por los muros y defensas, a primera vista infranqueables.
            Y es que el humano había construido bien su escondite usando la consistencia y transparencia del hielo. Usando este material en su estructura defensiva conseguía un efecto de diafanidad y claridad que con otro material no hubiera podido conseguir. Y es que en verdad, a pesar del poder, la magia, el potencial o el ingenio que pudiera poseer había algo que desde pequeño se le había quedado clavado en su interior. Miedo, temor, traición, la experiencia de un puñal clavándose por la espalda, la banalidad de un corazón roto desangrándose, el poder de la sangre, el sabor de una lágrima o el tacto de la falsedad en las máscaras de seda tejida con retazos de mentira y maldad. La lección grabada en su piel en forma de cicatrices no curaría nunca, pues ni su magia, ni su poder ni su ingenio conseguían deshacerse de aquello.
            Y para poder convivir y llevar esa carga impuesta en su cuerpo, el humano construyó todo aquello para poder vivir tranquilo. Sin la sombra de los recuerdos atormentándole. Por ello y para evitar males buscó a conciencia ese lugar al cual se trasladó. Para evitarlo, se edificó todo aquello con esfuerzo y esmero. Pero había algo dado por la ingenuidad  que sólo la edad puede transmitir, algo que la esperanza en su estado más puro consigue, algo que el tiempo y sus defensas consiguieron enterrar. Llegó un tiempo lejano al momento de su llegada allí que el humano olvidó la lección. Se olvidó de la lección marcada en su piel. Mandó al olvido el mero propósito por el cual se encontraba allí.
            Poco a poco, comenzó a poner menos pegas a todos los intrusos que podían, conseguían o invitaba a entrar dentro de su recinto. Le importaba poco, pues sus múltiples espejos le recordaban quien era. Aunque sus espejos estaban estratégicamente colocados, haciendo juegos con la luz y las sombras para que ni los valientes aventureros consiguieran verlo del todo, ni nadie que no estuviera en su posición consiguiera ver todas las proyecciones. Y poco a poco hubo menos hombres por aquel lugar. Muchos se cansaron del frío y se fueron. Otros fueron expulsados por intentar robar esculturas o romper la tal apreciada estructura. El resto se fue cansando al no verse avanzar en aquel laberinto gélido.
            El tiempo fue pasando para todos. La monotonía se había instalado con el paso del tiempo en el lugar. Un lugar que poco a poco se iba deteriorando. El paso del tiempo dejaba su huella, resquebrajando la delicada estructura de hielo. La mano del hombre también tuvo su culpa, como todo aquello su corrupto tacto toca. No le faltó culpa al humano, quien dejó de cuidar su estructura pensando en su arrogancia que era lo suficientemente sólida. No teniendo en cuenta todos estos cambios. Todas estas novedades.
            Además, el humano cada vez sentía más fascinación por los hombres. Sobre todo por los que aún seguían en su estructura de hielo. Por los que habían conseguido avanzar a lo más profundo de su trampa helada. Animado por la curiosidad, alentado por la fascinación, el humano abandonó su guarida, adentrándose en su propia estructura y visitando a los hombres que habían conseguido llegar tan lejos. Entabló relación con algunos, olvidándose de ocultarse tras sus proyecciones. Aprendiendo de las imágenes que les había estado emitiendo. Con el paso del tiempo, el humano acabó cogiendo cariño a unos pocos de estos hombres. Tanto que incluso los protegía. Les mostraba el camino y les libraba de sus propias medidas de seguridad.
            El humano comenzó a aprender nuevas cosas de todos estos hombres. Cosas buenas, cosas malas, cosas que ya conocía y cosas que desconocía. Empezó a nutrirse. A crecer. Mientras que él ofrecía a estos humanos, las claves para moverse sin su guía por aquello que le causaba tanta satisfacción: por su obra arquitectónica. El humano, cegado por todo esto no fue capaz de ver que todo aquel orgullo estaba ya resquebrajado. Que estaba débil. Y aunque se encontraran en la parte más profunda de su fortaleza, aunque hasta allí no hubiera llegado el deterioro de las partes exteriores, las estructuras se habían debilitado también.
            Un día llegó a la zona un hombre, diferente a los demás. Aquél hombre sin pretenderlo, se dio a conocer como un mago. El humano no pudo creer aquello, pues vio en el mago una persona afín a él. Tras conocerse, el mago hizo su primer truco sobre el humano. Y fue nada más tocarse. El humano sintió la magia. Sintió algo que hacía mucho que no había sentido. Sintió fuego. De repente, para el humano, algo nuevo y extraordinario comenzó a calentar su gélido cuerpo. Aquella era magia diferente a la que él poseía. Era algo que ni comprendía, ni entendía. Era algo que la arrogancia y la imprudencia no dejaron frenar a tiempo puesto que el humano se olvidó que incluso el mismo estaba hecho de hielo. Cegado por aquella sensación, embelesado por los conocimientos y las sensaciones que el mago había producido en él, fue a buscarlo. No se dio cuenta que la magia crecía en él, consumiendo su esencia. Cuándo vio al mago pidió conocer y saber más de aquello. El mago receloso ante aquello se negó, pues el mago también había sufrido el poder del humano. El mago había comenzado a notar el frío y el hielo en su interior. El humano, hizo todo lo que pudo para que desvelara el mago sus secretos. Le abrió todas las puertas de su fortaleza. Le mostró parte de su magia y prometió al mago que esperaría lo que hiciera falta pues quería saber y conocer aquello que estaba en su interior.
            Un buen día, el mago no pudo más. Harto de la actitud del humano y receloso de mostrar sus conocimientos, condujo al humano cerca de la habitación donde se encontraban los pilares de la fortaleza del humano. Allí, el mago hizo su truco más espectacular. Bocanadas de fuego invadieron la estancia. Llamaradas rojas comenzaron a envolver al mago, mientras que el humano, solo podía observarlo todo asombrado y embrujado. El humano notaba como la magia del hombre se hacía más fuerte. No sólo a su alrededor, sino que también en su interior. Una de las serpientes de fuego convocadas por el hombre rozó una de las columnas de hielo, deshaciéndose al instante en vapor negro y humedad. Fue entonces cuando ambos lo notaron. Fue entonces como todo el edificio comenzó a venirse abajó. El mago siguió escupiendo llamas, salvándose de las gélidas estructuras resquebrajadas, las cuales se evaporaban con el contacto ardiente del mago. El humano no corrió la misma suerte. Quemado y sepultado ante su propia creación pereció ante todo aquello que una vez había amado.
            Cuándo el humano volvió a la vida, se encontró enmarañado ante su propia creación, ya inservible. Intentó incorporarse a pesar del peso de los bloques de hielo a su alrededor. Cuándo al fin pudo ponerse en pié sin tambalearse. Vio y observó todo aquel desastre. Aquel lugar dónde había vivido, todo aquello que se había esforzado en erigir, todo aquello que tanto le había costado tener se había perdido. Había perdido mucho más que su edificio, había perdido las personas que se habían estado resguardando en él. Y el humano comenzó a tener miedo. Y el humano fue abrazado por la sombra del terror.
            El humano corrió, huyó del horror sin descanso. Sin preocuparse de su bienestar, ni de su creación, ni de aquello que una vez había querido. Solo huyó, presa del pánico que solo la desesperación es capaz de mostrar. Huyó hasta que en su huida tropezó, resbalándose por una llanura oscura. Fue entonces, cuando estaba en el fondo de la llanura al lado de un negro lago, al amparo de la noche cuando el humano dejó de huir.

            Herido, sangrando, quemado, magullado, lastimado, atemorizado, moribundo, consiguió tambaleante acercarse al lago. Lo miró, primero fijándose en las luces del cielo, los únicos puntos iluminados de aquel espectral paraje. Pero luego dirigió su mirada y su atención a su reflejo. A su persona. Al ver su propio reflejo en aquellas circunstancias una luz se encendió dentro de él. Algo que siempre debió estar allí, algo que nunca debió marcharse. Fue entonces cuando el humano recordó lo que una vez se había permitido olvidar. 

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