miércoles, abril 25, 2012

Bienvenidos a la cruda realidad.

                El la miró. Hacía un tiempo que no congeniaban demasiado y el enfrentamiento se veía inminente. El no era muy agraciado, de hecho la mayoría de las personas de su alrededor le solían mirar sin disimular el desagrado que les generaba. Rudo, sistemático hasta el punto de llegar a cansar al poco de estar con él. Ella sin embargo era hermosa, y eso no lo discutían hasta sus enemigas más acérrimas. Sutil, elegante e imprevisible. Dejaba una amplia sonrisa en todo aquel que se fijaba en ella. Una de esas sonrisas estúpidas que cuesta borrar de la cara.
          Quizás por eso él fue a enfrentarse a ella. Por envidia, porque jamás mostro el más mínimo interés por él. Discutieron, unos cuantos minutos infernales de los cuales parecían que el infierno salía de sus bocas, lanzando truenos y relámpagos con sus respectivas lenguas. Pero pronto él se quedo sin argumentos, y al no poder defenderse saco un arma de fuego. Una burda pistola que aún conservaba el polvo del paso del tiempo en ella. Sin miramientos, él la apunto y disparó. Hubiera llegado a ser una catástrofe si ella no hubiera tenido buenos reflejos. Aparto sé a un lado e intento una ofensiva. Pero el siguió disparando. Sin cuartel, sin piedad, sin nada que perder. Hasta siete disparos resonaron marcando el ritmo en que ella esquivaba las balas. El lanzó la pistola al suelo con frustración al rompérsele los planes: se había quedado sin balas.
               Ella sonrío, era el momento de que atacara. De una de sus mangas salió disparado un florete a su mano. Empezó a hacer suaves cortes en su piel, desaliñando el aspecto de mojigato que solía llevar. Empezó a perseguirle, pinchándole en el trasero, mientras el resto no podía dejar de mirar, divertidos. Parecía que ella tenía el control de la situación, y quería que algo dramático que podría haber sido su muerte, fuera olvidado por risas y anécdotas para el resto.
            El acabo por los suelos. Sucio. Humillado. Con la ropa echa girones y el cuerpo lleno de barro. Azotado por ella como si fuera mejor que él. No podía consentirlo. Tenía que parar las risas del resto de la gente que por norma general no escuchaba, y menos en público. Jamás sobre él. Alargo sus manos hasta agarrar el gordo cañón de su pistola. Y se levantó como pudo. La miro desafiante, mientras que una lluvia de risas caía sobre su él. Levantó el brazo. Firme, seguro, y lo bajo con fuerza, contundente, sin dudar. Ella no se esperaba algo tan simple e intentó protegerse como pudo. Pero el mango del arma de fuego rompió el delicado filo del arma blanca para irse a estrellar contra la hermosa cabeza de la joven. Eso paso una, dos, tres veces y las risas empezaron a apagarse. Cuatro, cinco, seis veces, y nadie se atrevía ni a respirar. Al séptimo golpe, el cráneo una vez hermoso de la joven se abrió, dejando aflorar aquello que guardaba en su interior. Esparciéndolo por el suelo de manera generosa.

        Y así es como la monotonía, venció a la imaginación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario